A las 18 horas dejaste la oficina
en Pompeya, el frío de la tarde te hizo pensar en abrigarte más, recordaste el
calzoncillo largo de la vidriera de La Real en la avenida Saenz. Fuiste ahí nomás, te
compraste uno y lo llevaste puesto; de ahí a buscar el auto y viajar hasta la
Boca. Llegaste al garaje de Balcarce y Cochabamba. Ahí quedó tu auto y te
fuiste a cenar, todo ese proceso lo hiciste con el fin último: ver a Boca en la
semifinal de vuelta contra Independiente del Valle de Ecuador, por la Copa
Libertadores, de la cual hoy tenemos seis ganadas.
El Café Bar Defensa ya te había
recibido una vez, en aquel partido contra Cerro Porteño. Esta vez, pediste un
bife con ensalada. Riquísima estuvo la comida y partiste, junto cuando empezaba
a llover, camino a la cancha. Caminaste ligero, por la lluvia y por la ansiedad
de entrar. Primera sorpresa: no había cola en la calle Brandsen y caminaste
hacia el primer control, pasaste tranquilo también el cacheo policial y el
primer molinete. Todo bien, todo verde y adentro fuiste por la puerta 8, la de
la Baja Sur.
Falta una hora para que empiece el partido y el frío se hace notar. Hay mucha gente, como siempre en estos partidos y vas buscando un lugarcito para ver; te cuesta, pero lo encontrás. Llega la hora, salen ellos a la cancha y largas tu grito de guerra: puuuutooos!!! Sale Boca y explotan los fuegos artificiales y los corazones boquenses se aceleran. Si hubiera un aparato que midiera los latidos de los corazones de nosotros los hinchas, seguro que necesitaría más capacidad para informar.
Empieza el partido, Boca avanza hacia mi arco y a los tres minutos se pone en ventaja; gol de Boca, sale el grito esperado, salta la felicidad de hombro en hombro xeneize, explota la máquina de medir los latidos y se siente que la esperanza está en nosotros. Seguimos avanzando y por poco no llegan más goles; se ha ido el frío llevándose la lluvia quien sabe adónde. Ellos empiezan a atacar y se ponen cerca del área nuestra; de pronto empatan, no!. Ha vuelto la lluvia y el frío se ha instalado otra vez en mi espalda. Termina el primer tiempo.
En el pasillo que separa la pared de la gente de la tribuna se forman grupos de hinchas que debaten si hace falta algún cambio para el segundo tiempo, otros que fuman porros, las parejas que se abrazan y besan como si estuvieran el Parque Lezama. Uno de esos grupos empieza a cantar la cumbia bostera y arenga a los demás a cantar. Yo me prendo en el canto y trato de hacer algún paso de baile como hacen ellos; y muevo los brazos y canto y acompaño; uno de esos tipos del grupo sale de ese lugar y camina hacia mí. Me da la mano y me dice: vamos Bocaaaa!!; Vamos!!, le digo y me siento uno de ellos.
Empieza el segundo tiempo, no hay
cambios en Boca; presiento o deseo, mejor dicho, que el equipo salga a morder y
meter goles, porque estamos afuera. Y Boca lo hace, se va al taque y empuja;
hay córner para nosotros, cantamos todos, la Bombonera late, viene el centro,
lo ganan ellos, contragolpe y nos meten el segundo. Seguimos cantando a pesar
de ese gol; dos minutos más y nos meten el tercero. Como dijo Neruda en su "Salitrera Santa Elena", siento que la tierra se abre delante de mis pies.
Y ahora?, percibo la bronca y la
desazón en el pueblo de Boca; siento impotencia, que no podremos, veo venir el
dolor de la derrota; el equipo no muestra lo mismo que nosotros. Decido irme,
como aquella vez cuando no me gustó “El lado oscuro del corazón” y me fui del
cine, mientras Oliverio buscaba la mujer que pudiera “volar”.
Salgo a la oscura calle Brandsen,
es fría la noche y llueve, todo feo para el que va a la cancha; peor aún para
el que va a ver perder a su querido equipo. Camino solo por esa calle hacia la
avenida Almirante Brown, ya están los vendedores de chori, pati y bondiola;
todavía no gritan para vender; la verdad, no sé si después lo harán. Un hombre
camina apurado atrás mío, me alcanza y me pregunta dónde está la parada del
152; voy para allí, le digo y caminamos juntos. “Vine desde Saavedra para ver
esto!, me dice. Está enojado y dolido, como yo.
Tomamos el colectivo juntos y el
hombre con su gorro mojado mira alrededor como tratando de encontrar una
explicación; bajo en Juan de Garay y camino al garaje; llueve y llueve; los
empleados están cenando y viendo el partido. “Abandonó, maestro?”, me dicen.
Allí me entero del penal errado y eso hace crecer mi caída. Viajo de vuelta en
mi auto; escucho el segundo gol de Boca y termina el partido. El relator dice lo
que yo vi venir cuando volvió el frío y la lluvia adentro de la cancha: Boca
eliminado de la Libertadores.
Julio San Martín, Buenos
Aires, 17 de julio de 2016.