Yo soy gustoso de ver a las personas en
actos solemnes. La solemnidad viene de las celebraciones religiosas, donde el
espíritu se eleva y busca que el manto divino lo cubra. Allí está el origen de
todas las solemnidades, o el formalismo que implica lo mismo y que da carácter
serio al evento en que se participe.
Si una persona recibe un premio, lo hará
en un acto solemne. El himno nacional de cualquier país es un acto formal; y
las personas se preparan para eso. Concurrir a una reunión donde se pide la
asistencia con corbata, es de lo más solemne; esto es lo que a mí me gusta. No
voy a escribir aquí si la corbata está de moda o no. Lo que me interesa es su
solemnidad.
Ahora bien, ¿puede haber protocolo o
solemnidad espontánea? Parece que no. Solemne, protocolo, etiqueta, formal,
requiere preparación. El rigorismo de lo solemne da la impresión de que siempre
se necesita una planificación para que todo salga bien.
Sin embargo, he encontrado un acto solemne
sin previo aviso. Una vez, caminando yo por la vereda de una calle, en mi lindo
pueblo, en una fría noche de invierno, la vi que salía de su casa y estaba por
cruzar la calle. Justo iba ella a cambiar de vereda respecto de la que yo iba.
Pero me vio y se quedó parada. Yo también detuve mi paso.
Casi sin darme cuenta, empecé a caminar
hacia ella y ella hacia mí. Éramos dos oscuros personajes de la noche que
parecían haberse buscado todas las noches desde hace mucho tiempo. Cuando nos
acercábamos, vi su rostro de mirada incrédula; tal vez ella vio lo mismo en mí.
El protocolo de esa noche han sido las
ansias de llegar pronto el uno al otro. La etiqueta de esa noche ha sido el
brillo de los ojos que iluminaron las veredas que dejaron de ser tristes. Las
mejillas se sintieron juntas y formalizaron el inesperado encuentro. La
solemnidad de esa noche, ha sido el abrazo de nuestras almas, después de tanto
tiempo.
Julio San Martín
CABA, 22 de agosto de 2016.