domingo, 24 de abril de 2022

Que se acuerden de vos (poesía)

 

Que se acuerden de vos

en este día 

desde aquel lugar

lejano en el mundo.

Que sepan en Sevilla

que eres un hombre

de la poesía,

como te has definido

desde que conociste a Whitman.

Que una placa con el nombre

de un poeta 

le diga a una persona

que "le gustará a Julio"

habla bien

de vos y de esa persona,

sobre todo.

Porque reconoce

un camino de poemas

que dejaste en un paso,

que tal vez ha sido corto,

pero se ve que es eterno.

¿Quién sabe en la noche

en que estás?

¿Alguien se ha enterado

que hay miedos 

que corren como un 

río que baja de una montaña

muy alta?

Río de golondrinas

que vuelven

en cada 

recuerdo y elogio

que uno recibe.


Dos luces. (Poesía)

 



Dos luces (poesía)

Sobre la línea
de Euclides
las dos luces
de la noche
me acompañan.
Es la visión
de claridad nueva
que llega a mi
cuando viene el 
dolor.
Son las dos luces
del alivio
en la noche.
Son los ojos
de mi padre.
Son los ojos 
de mi hermano.
Sé que no
estoy solo.
Avanzo con ellas
son dos cristales
que iluminan
el desierto
que es la noche.
Apuran el paso
del amanecer,
ellas lo traen,
ya viene.
Soy luz 
ahora.
Mi padre,
mi hermano,
Las dos luces
y yo.
 

Julio San Martín, en CABA 11 de abril de 2022.

Tipuana Tipú

 








Tipuana Tipú

El verde
y el azul,
la tierra
y el cielo.
Sin amarillo
en este
otoño.
Las tipas,
Tipuana Tipú,
con sus raíces
de abajo
y de arriba,
las he visto
en la calle
Perú
y en la
Congreso,
de Tafí Viejo.

Tipuana Tipú
te dicen
que lloras.
Todo
lo que veo

ya está
alojado
en mi memoria.
Te miro
y me miro
adentro,
tengo lágrimas
de dolor
y de alegría.
Vivo a tu lado
hoy y siempre,
Lloro contigo.

Julio San Martín, en CABA 24 de abril de 2022




domingo, 3 de abril de 2022

Los oficios de niño - El ayudante del cortador de yuyos



Julio San Martín se paraba cerca de Ramón que iba cortando los yuyos con su filoso machete. Ramón tenía en su mano derecha la herramienta y en la izquierda un palo, que cuidaba con mucho celo, casi tan largo como el machete y que en la punta terminaba en una especie de horqueta invertida que servía para enganchar los yuyos, torcerlos hasta el piso y pegarle el corte justo en la base. El golpe del machete pegaba preciso en el objetivo donde empezaba el yuyo y la tierra; ésta se levantaba y hacía una pequeña nube de polvo al ras del piso.

Ahí venía la tarea del ayudante del cortador de yuyos, con el rastrillo tenía que hacer un “montón” y arrastrarlo hasta un punto del fondo donde no entorpeciera el camino del cortador Ramón.
Eran las cuatro de la tarde de un día de febrero; el sol estaba áspero y fuerte. Ramón tenía el sombrero puesto y Julio San Martín su gorrita.

Avanzaba el paso de los limpiadores del fondo; a la derecha, junto a la tela, estaban las cañas.
Jota, decía Ramón, dame la pala de punta. Julio San Martín corría hasta el limón donde estaban apoyadas las palas, la de punta y la ancha. Volvía a donde estaba Ramón, caminando agarrando la pala con sus dos manos, la derecha en la empuñadura y la izquierda del medio del mango.
Ramón se había arremangado la camisa verde de Grafa, agarraba la pala y empezaba a picar alrededor de las cañas. Julio San Martín se sentaba bajo la sombra del níspero, con la espalda en la tela de Doña Marta y miraba muy atento a su tío por si necesitaba algo.

Ramón apoyaba la pala en la tierra, con su pie derecho la empujaba hacia abajo. El botín de Ramón, caminante duro del suelo taficeño, era el empuje del trabajo. La tierra era seca  costaba entrarle, el cuerpo de Ramón tenía secuelas de su enfermedad, pero la fuerza del empeño y el sombrero que lo protegía del sol eran el símbolo del trabajo que le gustaba a Julio San Martín.

Ya el fondo se iba terminando, el rastrillo de Julio San Martín había ordenado los montones de yuyos y hojas secas de cañas. Ramón le dijo que trajera el tacho de la basura y que pusiera allí los montones de yuyos. Entre los dos agarraron el tacho y lo arrastraron hasta la vereda por el pasillo. Volvieron al fondo limpio, se sentaron a la sombra del limón apoyados en la tela del gallinero. Miraron todo lo que habían hecho, el piso sin yuyos, las cañas limpias, listas para regarlas a la oración.
El sol empezaba a caer, venía la hora del atardecer, lo recibían la gorra de Julio San Martín y el sombrero de Ramón.

Ramón, Julio, dijo mi mamá, vengan a tomar el mate cocido…   


Julio San Martín, 15 de febrero de 2012 en CABA.