jueves, 25 de agosto de 2022

Ahí pensaste

 

Ahí pensaste que una parte tuya se quedaba en Tucumán…

 

 


Ahí pensaste

Que una parte tuya

Se quedaba en Tucumán.

Cuando,

En los primeros días de 1979,

Entraste en la estación

Del Mitre con ella

Y con tu padre.

Caminaron los tres

Ansiosos por el andén

Buscando el coche

De primera,

Ése es, dijo él.

Subiste con el

Boleto en la mano,

Ese boleto que

Te había traído

Ayer él, tu padre,

Cuando le habías dicho,

Un día antes,

que querías irte.

Ahora caminan

Entre la gente

Y los asientos

De color verde,

Y ése es el tuyo,

Para la ventanilla,

En el sentido

Contrario a la marcha

Del tren.

No importa, dice él,

En Rosario cambia

El sentido

Y vas a llegar

A Retiro de frente.

Ya lo sabías,

Pero lo dijo él

Otra vez y le diste

Una interpretación

nueva: vas a llegar

al futuro de frente,

tendrás todo el

panorama nuevo

para ver.

 

Mientras vas

Acomodando tus cosas

La miras de reojo,

Ella está parada

En el andén mirándote;

El sol de enero

Le da una luz brillante,

Sus anteojos

En la frente y los ojos

Semicerrados tienen

Ese color verde suave

Que te recuerda

A los helechos frescos

Del Nogalar.

Tiene la boca

Entreabierta como

Una sonrisa tenue,

Que se dibuja en

Su bello rostro

De cutis blanco

Que tanto acariciaste.

Y ahora te mira

En la despedida.

 

Encuentras a tus

Compañeros de asiento,

Son tres muchachos

Que también

Se van de Tucumán

A buscar trabajo.

Son tres compañeros

Nuevos, ajenos a tus

Amigos que siempre

Te rodearon, hablarás

Con ellos, te hará reír

El ansia que envuelve

El trayecto;

Pero no pensarás

Con ellos, como

Con tus amigos.

Porque ese es

El contacto que

Tuviste con los tuyos,

De pensamiento afín,

De una línea aprendida

Desde niños,

Que sabes que perdurará.

Te sientes como cuando

Empezaste el secundario,

Cuando tus amigos

De la primaria se

Fueron a otro curso

Y a vos te mandaron

Con todos los

Desconocidos.

Tus amigos estaban

También en el colegio,

Pero algunas puertas

Te separaban de ellos,

 

Ahora la miras desde

La escalera y te

Extiende la mano,

Se entrecruzan las manos,

Ahora de amigos,

Porque ya no es

tu novia.

Pero para vos es ella,

Sea novia, amiga,

Es la mujer que

Desde hacía años

Te hacía latir

Más fuerte el corazón.

Esa era tu sensación

Cuando la tenías cerca,

Con el físico o

Con el pensamiento.

Ya era tu poesía.

Vos sentías que

Era un poema

De amor sin

Comienzo ni fin,

Escrito por tu alma.

No te importaba

Si ella sentía

Algo distinto,

Si su corazón

Seguía la línea

De otro amante,

Si sus ojos

Buscaban otra mirada.

No, para vos

Era tu amor.

 

Ya faltaba poco

Para salir y

Los tres estaban

En el andén.

El Estrella del Norte

Se iba a ir

De Tucumán

Llevándote a otra tierra.

Y ustedes tres

En el andén

eran amores.

El amor de

Un padre a su hijo,

La correspondencia

Del amor del hijo;

Y el amor hacia ella,

Tal vez sin

Correspondencia;

Pero no te importaba

Porque el futuro

Era tan amplio,

Que las ramas

De las posibilidades

Eran tantas

Como las de los tarcos

De la avenida de Tafí.

Los guardas

Subieron al tren,

Se anunció la salida

Y lo abrazaste

A tu padre tan fuerte

Como para quedarte con él.

Y la abrazaste

Tan fuerte a ella

Como para sentirla

Así para siempre.

Subiste al tren

Y empezó su marcha.

Quisiste ver una

Lágrima en su rostro,

Pero ya tenía los

Anteojos puestos

Y eran oscuros,

Su boca se había

Cerrado y

Tenía ahora

Un gesto duro

En sus labios,

Igual que el tuyo.

Pero vos tenías

Una lágrima, ahí pensaste

Que una parte tuya

Se quedaba en Tucumán…

 

 


 

 

 

El caminito

 

A eso de las 9 de la mañana, ella se iba para el mercado y él se quedaba tomando el mate cocido en la mesa de la cocina. Se escuchaba la escoba de Doña Marta al barrer el patio de su casa. También el canto de los pájaros en la planta de nísperos o de limón del fondo de la casa; atrás las gallinas cacareaban y él las miraba por la ventana.

Hacía un ejercicio de vista, una especie de prolongación de la mirada desde el ras del gallinero y subía lentamente mirando cómo el cerro azul, a la distancia, empezaba a tomar altura y se elevaba imponente hasta alcanzar las nubes blancas en el cielo, como había dicho Yeats. 

-          Espérame en el caminito a eso de las 10 y media, le dijo la mamá.

-          Bueno, dijo el niño.

Ya sobre la hora pactada, el chico salía de su casa por el portón del pasillo; saludaba a Don Carmelo que estaba apoyado en la verja. Caminaba por la vereda de Don Rearte, Yunín, Mario López, la Lola y la Dora, veía el veredón de Carlitos y cruzaba en diagonal hasta la vereda de Don Ruperto.

Seguía por ahí hasta la Rivadavia y cruzaba la calle, antes de llegar a la esquina de la Chacabuco, estaba el caminito, éste era un pequeño sendero entre la tela de la casa vecina y los yuyos altos; era de tierra seca polvorienta con límites de pasto a los costados. La habilidad de caminar por ese caminito sin ensuciarse mucho las zapatillas era ir pisando el pasto de los costados, se daban pasos abiertos y largos; el chico tenía esa agilidad para ganar metros casi a los saltos.

Al final del caminito, ya en la calle Centenario, la mamá venía con una bolsa en cada mano; ella lo veía y se quedaba parada esperándolo. El chico llegaba con sus pasos gigantes y le agarraba una bolsa; esa no, decía ella, tomá esta que no es pesada. Vamos por la calle, decía ella y caminaban por la Centenario hasta la Balcarce y desde allí hasta la casa.

Dejaban todo en la mesa de la cocina y la mamá decía: vaya mijo y compre fideos en Doña Audelina; ¿de cuáles?, preguntaba él. Entrefinos, decía ella.

Al mediodía, el chico ya había preparado el portafolio para ir a la escuela, la mesa estaba servida, ya estaba Ramón sentado esperando y la mamá servía la comida: era un guiso de fideos entrefinos con ensalada de lechuga y tomate. Comían los tres, hablaban, contaban cosas y se reían.

Hace pocos días, mi mamá me invitó a cenar a su casa y el menú era el mismo guiso de mi niñez, con la misma ensalada, con el mismo color de la vida de aquel entonces, con el mismo sabor del universo maravilloso del reencuentro de la nostalgia y la realidad, con el mismo bienestar de la compañía, con algunas pequeñas diferencias de la vida que limita a los hombres y que hacen que el número de comensales no sea el mismo, con igual encanto de emoción y respeto.

Ahora soy el hombre sin mate cocido, sin gallinero, sin cerros azules, sin caminito y sin bolsas del mercado, pero con el mismo guiso de fideos entrefinos que hacen las manos de la mamá, como ningunas otras lo harían. Eso es la unicidad de la vida, el determinismo del hoy; el amor por lo que uno tuvo y que, sobre todas las cosas, siempre tendrá.