“¡Tiene un uno!”, me gustaría
decirles a los que escupen en el suelo. Se los digo, pero sólo con el
pensamiento. La frase me viene del recuerdo de la época de mi colegio
secundario. El profesor Andrade, de Educación Física, dejo grabada en mí esta
sentencia. Él nos decía que nunca había que salivar en el piso (algo muy común
entre nosotros, en aquella época), porque la saliva se secaba en pocos minutos
y después el viento la llevaba a cualquier parte y podía contagiar de cualquier
enfermedad a cualquier persona. Nos decía, que si él veía a uno de nosotros
escupiendo en el piso, de inmediato nos “metería” un uno y tendríamos que ir a
rendir la materia.
Muchos años después, recuerdo al
profesor Andrade a diario. Porque veo gente de todas las edades escupir como si
nada en cualquier lugar. Entonces, pienso en la saliva voladora de esa gente y
siento que se mete en mi nariz y me enferma. Veo eso en el suelo y huyo rogando
que no haya viento para que no me persiga ninguna enfermedad. Cuando veo a
alguien escupir me dan ganas de gritarle. ¡Tiene un uno!
Ahora bien, ¿qué pasaría si le
gritara? El tipo o la tipa no entenderían nada; no sabrían de mi sanción; me
mirarían extrañados. Pero yo si sabría porque lo habría hecho. Ellos se irían a
marzo y yo saldría corriendo tratando de esquivar el viento enfermo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario