viernes, 24 de octubre de 2014

Estación destruída



Así está la estación Pompeya (camino al norte) del promisorio y esperado Metrobús del gobierno de la ciudad. Hasta hace pocos días funcionaba a la perfección; los pasajeros esperaban los buses para ir al centro o, simplemente, para salir del "olvidado sur", como dijera Borges.

Hoy, cerca del fin de octubre, la estación parece haber recibido un misil israelí o haber sido testigo del paso del ejército del ISIS corriendo a los del Frente de Nusra. No ha sido nada de esto, ocurre que una nueva obra del gobierno de la ciudad está preparando un nuevo cambio.

Si llevamos al Metrobús a la imaginaria situación de ser el país que promete Macri en su campaña por llegar a la presidencia de la nación, surge una pregunta: ¿qué nos espera? Si el comienzo ha sido con bombos y platillos festejando la modernización para el traslado de los sufridos pasajeros del transporte público, si las vistosas estaciones se han tomado como el nuevo status similar a la de las grandes capitales del mundo; podríamos haber pensado en que, luego de largas obras e incomodidades, se arribó a un espacio confortable. 

Es decir, si el país de Macri hubiera sido la estación del Metrobús, felices hubiéramos estado. Pero también, si el país que piensa Macri para nosotros es como la estación del Metrobús, con sus etapas de creación, breve permanencia y cruda destrucción, ¿qué nos espera?



La voz del cerro









Habrase visto cómo llegó a su casa. Tarde en la noche su mirada estaba cansada. Leyó la carta que estaba en la mesa de la cocina. Me voy, le decía ella. No te aguanto más, continuaba. Yo tampoco, pensó; y se fue a acostar.

Siempre le había costado dormirse. Daba vueltas en la cama y el sueño no le venía. Sentía que tenía acelerado el corazón. ¿Por qué habrá sido? Por ansiedad, tal vez; o por tristeza, o por miedo. Siempre que estaba solo en esa casa grande sentía miedo. Todos le preguntaban por qué tenía miedo y él no sabía qué contestar. Solo decía que tenía miedo.

De pronto, se levantó con sed, había dormido un poco y sentía la boca seca. Extrañó el “adónde vas” que le preguntaba ella cuando él se levantaba. Igual contestó: “a la avenida”, como le decía siempre. Volvió a acostarse.

Vio que se le venía encima la cerrazón, sintió que no podía avanzar por el camino. Le costaba mucho caminar cuesta arriba pero lo hacía lentamente. Se encontró solo en medio de la nube con el cerro a su derecha y el gran valle a su izquierda; caminó unos pasos con sus piernas pesadas, casi no veía, pero iba para adelante igual. Era una noche blanca que lo abrazaba.

Vino un viento frío y seco; él salió del medio de la calle y se acercó al pie del cerro. Caminó con mayor cuidado porque había piedras y troncos. De pronto sintió que alguien le agarraba su mano. Quiso soltarse pero no pudo, la mano que lo agarraba era firme. Otra vez el viento frío y seco al momento que una voz le preguntó: ¿adónde vas?

Se asustó mucho y se despertó con el corazón agitado. Encendió la luz, miró la habitación, la lámpara encendida, la cortina que se movía por la suave brisa que entraba tímidamente. Respiró hondo, acomodó la almohada y apagó la luz.

En la oscuridad, escuchó la misma voz del cerro, fría y seca, que le dijo:¿no vas a la avenida?