Hace mucho que no te leo, dijo ella. Siempre sigo tus escritos pero hace tiempo que no veo nada nuevo,
siguió. Él buscó una respuesta rápido a ese inesperado reclamo y dijo: es que mis
palabras se han ido a descansar y me dejaron solo. En cuanto vuelvan vas a
saber de mí, prometió. Sin pensarlo se dio cuenta de su soledad, pero no solo
eso, supo porqué se sentía solo. Es porque las palabras se han ido; no importa
adónde ni a qué, lo que importa es que se han ido.
Ya conociendo el problema, una
tarde apacible de un día gris de invierno, se sentó frente a su ventana y miró
las tipas. Observó las frondosas copas de hojas verdes de la avenida Coronel Díaz
y recordó el día que las había visto por primera vez. Miró también el tronco y
las ramas que luchan contra el tiempo y entendió cómo los años deforman el
cuerpo y las fuerzas huyen hacia todos los componentes de la materia.
Las tipas lo habían distraído de
su pensamiento aquella sosegada tarde; se había sentado a esperar la vuelta de
sus palabras. Entre tipa y tipa no había venido ninguna. Llegó la noche y él
seguía frente a su ventana. De pronto las hojas verdes se movieron de una
manera distinta a cuando el viento las lleva. Se habían agitado de asombro,
porque las palabras “te quiero” daban vueltas sobre ellas.
Él se había dormido, cansado de
esperar, el sueño le ganó la pulseada; pero las hojas de la tipa se deslizaron
por la ventana y una de ellas tocó su cara. Su sueño profundo no lo dejaba despertar, el teatro de su mente dormida no
lo dejaba volver a la vigilia; soñaba con ella, la veía caminar por Coronel
Díaz entre la gente desconocida y él iba por atrás hasta que la alcanzó y le
tocó el hombro.
Ella se dio vuelta y lo miró;
allí las hojas lo despertaron y le acercaron las palabras “te quiero”; él las
tomó y mirándola a los ojos le dijo: mis palabras han vuelto, justo en este
momento mezcla de realidad y alucinación, para decirte lo que siempre soñé.
Julio San Martín
Buenos Aires, 16 de julio de 2015
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