viernes, 11 de diciembre de 2015

Discurso de despedida, la maldad no tiene fin


En lugar de aparecer en los espacios públicos para felicitar al partido ganador en las últimas elecciones la verborragia de la presidenta ha aparecido para criticar lo que ella misma produjo. Me refiero a que se ha mantenido siempre ajena a la transición y la organización del acto de traspaso frenando cualquier intento de comunión entre vencedores y vencidos, o sea entre el nuevo presidente y la vieja presidente.
Se llenó la boca de logros propios como la falta de deuda del país, o la cantidad de los nietos recuperados, pero no ha dicho nada de por qué no recibió nunca a los familiares de las víctimas del accidente ferroviario de Once, por ejemplo. Sobre la inexistencia de los pasivos del país nada podría decir yo, porque la información clara para ser analizada nunca se ha dado.
Habló de convertirse en calabaza, de productores que estaban fundidos y que hoy tienen empresas y comercios, tal vez en el mismo país de la Cenicienta eso sucedería o habrá sucedido. En fin, la temible voz rasposa ha aparecido hasta último momento, como quien sabe que el final le cierra las puertas, ha querido hasta último momento, decir aquí estoy. Y estuvo nomás de la única forma que ella sabe o supo, frente a las masas obligadas a estar y pagadas para ello; y el horario mismo en que el gobierno de la ciudad recibía a sus nuevas autoridades, como lo hizo cada domingo con el fútbol, donde la pasión de las multitudes buscaba silenciar las voces de la oposición y la denuncia. 
Por fin se termina esto, Dios ilumine al nuevo presidente para que nada de esto vuelva a ocurrir y que la desunión que este gobierno saliente ha impulsado con creces quede en el olvido, para trabajar juntos bajo el mismo cielo: el de la patria.

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