miércoles, 16 de mayo de 2018

El ámbito del estudio






En los últimos días estuve estudiando una materia para rendir en el posgrado de Tributación que estoy haciendo. Fiel a mi costumbre de leer en voz alta (es el método más apropiado para mí para entender y captar todos los detalles del párrafo) pasé un buen lapso frente al libro y la Ley de Impuesto a las Ganancias, como así también con resoluciones, dictámenes y jurisprudencia.

Pero lo anecdótico del tiempo de estudio ha sido el recuerdo que me invadió otra vez y me llevó a mi época de estudiante en mi casa de Tafí. Uno es el hoy y el ayer. A pleno sol de la tranquila mañana taficeña me sentaba en el patio de atrás y hacía que las hojas de la parra hicieran sombra sobre lo que me aprestaba a leer.

Así veía el texto con total claridad, hasta las palabras se hacían más expresivas y, con el sonido de mi voz, el texto leído iba grabándose en mi mente con conceptos que aún hoy están presentes.
A medida que avanzaba el tema, con la lectura que iba prolongándose, me paraba y empezaba  a caminar siempre leyendo en voz alta. Me dirigía al fondo trazando un camino no marcado que iba paralelo a la tela de doña Marta. En mi marcha estudiosa, levantaba una pierna para sortear las begonias y los malvones, luego la otra pierna todo en armonía sin perder una línea del párrafo que iba estudiándose.

Ahí venía el níspero con su fresca sombra, me hacía agachar la cabeza para esquivar sus hojas duras y verdes como el color del rocío, si lo tuviera. Dejado atrás el níspero, había una planta de granada y una de rosas, aquí hacía un paso hacia la derecha, como en el tango, y me desplazaba hacia la soga con la ropa tendida.

El paso firme del estudiante en vivo llegaba al gallinero. Con una mirada hacía un rápido inventario de las gallinas, algunas con las alas recién cortadas, y del gallo. El viejo lavatorio con aguas para ellos, el resto del maíz esparcido por el piso y la planta de matos. Miraba si había quedado algún huevo por recoger y empezaba de nuevo la lectura que, por unos instantes se había suspendido.
Iniciaba ya un viaje de regreso por el otro costado del fondo. La planta de limón, alta, esbelta, verde y fresca me hacía suave sombra. La tapia nueva, recientemente construida, con ladrillos rojos y restos del olor todavía al cemento de la mezcla. El horno de barro  me veía pasar metido en el texto de la lección de aquel día. Sabía de mí el horno, porque yo era el ayudante de mi papá cuando lo prendía. 

Yo lo ayudaba a meter la leña para encender el fuego y después él me mandaba a buscar afatas para hacer una escoba y barrer las brasas.
Luego estaba de vuelta en mi lugar de inicio con el texto trasmitido por completo a mi mente y feliz por el paseo sabroso e interno del fondo de mi casa, siempre con la custodia segura y serena de los cerros vecinos.

Hoy estoy aquí, en otro ámbito; gracias a la sombra de la hoja de parra, a las begonias y los malvones, al níspero, a la granada y las rosas, a la ropa tendida de la soga, al gallinero, al limón, a la tapia nueva y al horno de barro y a mi patio, hoy estudio los altos niveles de la tributación.
Ahí estaba yo, en mis comienzos, junto al patio, al gallinero, los cerros azules y el cielo dueño de mi casa.

Ahora aquí estoy; sólo yo.


Julio San Martín
Buenos Aires, 27 de octubre de 2014




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