Él estaba sentado en el patio de la casa. Yo esperaba ese
pedido; me lo decía y yo iba presuroso a
sentarme en su pierna. De un salto ya estaba arriba y él me agarraba de la
cintura con su mano derecha y con la izquierda me hacía cosquillas en la panza;
mientras movía la pierna y me hacía saltar.
¿Quién es el más chiquito del papá?, me preguntaba y yo le decía: yo.
Él se quedaba un rato quieto en silencio. Yo miraba la
parra, las hojas amplias y frescas, las uvitas verdes chiquititas. Los dos
mirábamos las mismas hojas y las mismas uvas.
Me bajaba de su pierna y le decía, me voy un rato al fondo; vaya m’ hijo, me decía. Yo iba caminando por el caminito del fondo, ya estaba esperando que me llame de nuevo y que me haga la misma pregunta.
En el día de hoy sigo en el fondo; su llamado no me llega, la pregunta no está; ya estoy preparado para ir para cuando me llame; ya se están terminando para mí las esperas y tengo la respuesta lista para cuando me pregunte “quién es el más chiquito del papá”
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