El principal recuerdo que tengo
de cuando estuve en la ciudad de Bahía Blanca es que allí siempre se escucha el
tango “Bahía Blanca” en cualquier lugar donde uno se encuentre. Cuando yo
caminaba por las agitadas calles del centro, me seguía la melodía de Carlos Di
Sarli y le ponía sonido a mi andar solitario.
Es así como ocurre en las
películas, donde una imagen está acompañada de música; yo siempre imaginé que
mi vida iba a estar rodeada de notas musicales “acompañantes”; no porque yo
fuera a ser músico, nada de eso, sino porque el cine me mostró que la presencia
de los hombres, mujeres, paisajes, calles, soles, nubes y aires de cualquier
espacio, hace que el momento sea más placentero o, si uno lo quiere, más temático
para convivir con algo.
Hoy se ve en las calles a la
gente siempre conectada a un teléfono o a un I Pad o a un I Phone o a una
Tablet porque necesitan que la música los acompañe. Yo no necesito nada de eso,
con mi propia imaginación hago el tránsito diario con los sonidos del silencio
acompañándome.
Pero en Bahía Blanca, la música
de ese maravilloso tango se escucha por todos lados; recuerdo que fui a la
AFIP, en aquella época DGI, y mientras esperaba para inscribir a una SRL
escuché el tango; una vez entré en un bar a despuntar el vicio del café y la
nostalgia y el tango también estaba,
hasta me pareció ver a Esteban Moreno y Claudia Codega bailando.
Así pasé varios días de trabajo
allí, nunca solo. Me acostumbré a que el tango me siga; pero tuve una pequeña desilusión,
fui a cenar en el puerto de Ingeniero White, pero la música no estuvo. Claro,
había salido de Bahía Blanca.
Cuando terminé mi trabajo, desde
allí tuve que viajar a Mar del Plata en micro. Mientras esperaba en la terminal,
los acordes musicales del baile de salón de Di Sarli estaban conmigo, yo lo
disfrutaba mucho, igual que lo hago hoy en día. Ya en el micro, siempre la
compañía estaba; pero cuando empezó a recorrer el camino de salida de la
ciudad, el volumen se hizo cada vez más bajo y empecé a dejar de oír lo que me
había acompañado tantos días; que pena me dio, el tango se quedaba en su ciudad
y yo me iba. Hasta que no escuché más.
Ya en Buenos Aires, hace poco
quise recordar todo esto y me fui a Villa Devoto, a un bar en la esquina de Francisco
Beiró y Bahía Blanca. Pero ninguna armonía
me esperaba.
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