sábado, 24 de enero de 2015

Oliverio Girondo

Espantapájaros

No se me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible
- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,
tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?
 ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo
y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,
volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,
de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos,
ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia
que nos aproximaba al paraíso;
durante horas enteras nos anidábamos en una nube,
como dos ángeles, y de repente,
en tirabuzón, en hoja muerta,
el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,
aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!
¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...
la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?
¿Verdad que no hay diferencia sustancial
entre vivir con una vaca o con una mujer
que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender
la seducción de una mujer pedestre,
y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más que volando.


1967
Muere en Buenos Aires el poeta Oliverio Girondo, autor de "Calcomanías", "Espantapájaros", "Interlunio", "Persuasión de los días" y "En la masmédula", entre otras obras. Practicó una poesía de gran fuerza y novedad. Participó en el movimiento del periódico literario "Martín Fierro" (1926-1927). Nació en Buenos Aires el 17 de agosto de 1891.
 

viernes, 23 de enero de 2015

Su mirada en una nube



Su mirada en una nube

  1. El espacio propio
En su esperado tiempo de vacaciones decidió que debía tener un espacio solo para él en cualquier momento de cada día. Creó su propio sitio en horas de la mañana cuando salía a caminar.  Desde la avenida hasta el Faro sería su autonomía; entonces emprendió su caminata diaria bordeando la costa; miraba el mar de reojo porque sentía que lo acompañaba; hacía unos pasos y pensaba que las olas querían alcanzarlo y subirían por la costa hasta él. El sol también era su compañero, a veces las nubes grises también. Nunca lo dejó el viento, ése sí que siempre estuvo.

Como un homenaje eterno a su tío Ramón él nunca regresa por el mismo camino por el que fue. Por eso su retorno desde el Faro lo hacía por las calles interiores del barrio. En ese camino de vuelta, encontró una cafetería; estaba dentro de un hotel, el Arenas del Sur. Para él fue una alegría encontrar ese lugar, porque uno de sus principales gustos, es tomar un café en cualquier bar.

Encontró un pequeño espacio con cuatro mesas y la recepción del hotel. Se sentó el primer día y ella se acercó y le preguntó qué iba a tomar; un café le dijo él. Enseguida se lo preparo, le dijo la mujer. La miró preparar el café y todos los pasos que hacía hasta que se lo trajo a la mesa. Ella se veía muy amable y atenta con los clientes del bar. Había otras personas a quienes también atendía ella, no solo en el bar, sino en la recepción también. 

Él leía el diario y escucha la voz de ella. De firme tono al dirigirse a los huéspedes y de rigurosa amabilidad eran sus pasos, también de elegancia y buena presencia, como si se paseara luciendo vestidos en cualquier local de la calle Güemes.

Así pasaron los días de caminatas de idas y vueltas, de diario y café en la cafetería de bella atención; cruzaron algunas palabras en diálogos muy cortos; supo él que ella vive en la zona del Puerto y que muy temprano a la mañana se dirige a su trabajo. Un día ella estuvo muy atareada y no lo atendió, él tomó un agua de la heladera y aquel día leyó sin su café. Ella le dijo, hoy lo dejé solo, quiere un café ahora?; no dijo él, está bien, ya me voy; bueno dijo ella, mañana le invito un café.

  1. Inmensamente feliz
Al día siguiente, la misma rutina veraniega. Caminó igual por la costa hasta el faro, miró el horizonte, el mar inmenso que imaginó tocando las costas de Portugal, recordando los versos de Pessoa cuando dijo, oh mar, cuántas lágrimas de Portugal hay en tu sal.

Tomó una fotografía para hacer eterno ese momento en que el sol estaba y no estaba, cuando las nubes parecían olas muy altas por su cresta espumosa.  Pensó que el cielo y el mar eran uno solo, no sólo lo pensó, lo vio así.

El agua fría de la heladera y ella que prepara el café. Él lo saborea, lee el diario y llega la hora de irse. Le pide la cuenta y ella le cobra sólo el agua; tengo también un café, dice él; ayer le dije que yo le invitaba el café; gracias, le dice él. Bueno, dice él, será hasta el próximo verano, ya se va?, dice ella; sí le dice él; y por hablar un segundo más con ella, le pide una tarjeta del hotel; no tengo, dice ella, llegan esta tarde; cuándo se va, pregunta ella. Mañana a la mañana, dice él. Pase antes por aquí, le dice ella. La saluda y se va.

En la paciente rutina del trabajo, en la tarde que caía él quiso despejarse un poco y miró las fotos de sus vacaciones; pasó una a una las de los días de playa, de las noches con amigos, de las comidas y los dulces; las tenía ordenadas cronológicamente, así recordó los instantes de felicidad por los encuentros con los viejos amigos de siempre.

Hasta que llegó a las del último día, las que le recordaban su último paseo por la zona del El Faro; vio la foto del inmenso mar con las olas de espuma y las nubes de cresta blanca que parecían juntarse en un vaivén paradisíaco. En ese cielo espumante de nubes blancas, en el cielo de “cuando las nubes blancas estaban en el cielo”, como dijera Yeats,; en esa unión de mar y cielo se le presentó nítida la mirada de ella, la chica que había conocido en esos días. Cuando había tomado la fotografía estaba solo, con el paisaje a la vista y nadie más; ahora en el recuerdo de aquella mañana, también estaba ella, con sus dulces ojos color de mar.

En la soledad de su oficina, sintió que ella lo acompañaba. Su mirada era tan suave, fresca y profunda que él la sentía ahí, enfrente suyo, junto a las nubes blancas del cielo, techo del mar. Qué cosas que tiene mi vida, pensó; un café y una mirada pura más linda que cualquier aire del mar, no son simples cosas, son hechos que podrían venir del amor o actos que podrían ir hacia el amor; en fin, son aires de sol y mar que me han llegado y que me han hecho inmensamente feliz.


Julio Jordán Benjamín Lezcano
Mar del Plata, Buenos Aires, 23 de enero de 2015.

lunes, 19 de enero de 2015

Arista de mi vida



Allí es donde se cortan
Las dos caras
De la piedra y
Del mar.
Estás allí.
Voy ahora
Al segmento de tu cara.
Eres la arista
De mi vida.
Sé que estás en ese lugar
Que sólo yo conozco.


Julio J. B. Lezcano
Mar del Plata, 19 de enero de 2015

sábado, 3 de enero de 2015

"Aquí. Hoy"

Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
Y que fue el rojo Adán y que es ahora
Todos los hombres y que no veremos.
Ya somos en la tumba las dos fechas
Del principio y del término, la caja
La obcena corrupción y la mortaja,
Los ritos de la muerte y las endechas.
No soy el insensato que se aferra
Al mágico sonido de su nombre;
Pienso con esperanza en aquel hombre
Que no sabré que fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo
Esta meditación es un consuelo
Jorge Luis Borges.

jueves, 1 de enero de 2015

El 5 y el 8







Desde 1957 hasta 1979 he vivido en Tafí Viejo.  Me contó mi mamá que ella caminó desde la Balcarce hasta la estación, en día de mucho sol en febrero, para tomar el tren a la ciudad. Iba a que yo naciera; nací, para alegría de la familia y me conocieron todos; yo no conocí después a mi abuela Rosario. Sin embargo, siento su amor hacia mi cada día, igual al de mi abuela María.

He ido a la escuela Próspero Mena; he tenido las mejores maestras, señoritas de esa época, del mundo. Ojalá hoy hablara alguna vez con ellas. Hice el colegio secundario en el Comercial, en una imborrable época de adolescente – muchacho, que recorro aún hoy cuando me encuentro con mis compañeras y compañeros de infatigable amistad.

He conocido el amor de los comienzos, el mejor, sin dudas; el que no se olvida, el que hace acelerar el corazón con solo recordar.

He dejado mi pueblo y mi ciudad para venir a venir a vivir en Buenos Aires; aquí estoy desde 1979; hoy con menos alegrías que al principio, hoy con más camino recorrido que antes, hoy con igual tesón para ir para adelante. Me ha ocurrido solo una cosa mala, el hecho de que mi padre tomara el tren hacia el cielo y aún no haya regresado, como dijera Neruda.

Todo esto ocurrió en mi vida desde 2014 para atrás.

A partir de hoy, en el año 2015, soy un hombre próximo a celebrar sus cincuenta y ocho años, a veinte ya desde que su hijo, niño, le preguntara: el tres y el ocho cumplís?

Desde este apacible día de comienzo de año, seré el símbolo de la acción y la inquietud que representa el número 5 y tendré en el 8 el infinito tiempo de vivir en cada cosa.