Desde 1957 hasta 1979 he vivido
en Tafí Viejo. Me contó mi mamá que ella
caminó desde la Balcarce hasta la estación, en día de mucho sol en febrero,
para tomar el tren a la ciudad. Iba a que yo naciera; nací, para alegría de la
familia y me conocieron todos; yo no conocí después a mi abuela Rosario. Sin embargo,
siento su amor hacia mi cada día, igual al de mi abuela María.
He ido a la escuela Próspero
Mena; he tenido las mejores maestras, señoritas de esa época, del mundo. Ojalá hoy
hablara alguna vez con ellas. Hice el colegio secundario en el Comercial, en
una imborrable época de adolescente – muchacho, que recorro aún hoy cuando me
encuentro con mis compañeras y compañeros de infatigable amistad.
He conocido el amor de los
comienzos, el mejor, sin dudas; el que no se olvida, el que hace acelerar el
corazón con solo recordar.
He dejado mi pueblo y mi ciudad
para venir a venir a vivir en Buenos Aires; aquí estoy desde 1979; hoy con
menos alegrías que al principio, hoy con más camino recorrido que antes, hoy
con igual tesón para ir para adelante. Me ha ocurrido solo una cosa mala, el
hecho de que mi padre tomara el tren hacia el cielo y aún no haya regresado,
como dijera Neruda.
Todo esto ocurrió en mi vida
desde 2014 para atrás.
A partir de hoy, en el año 2015,
soy un hombre próximo a celebrar sus cincuenta y ocho años, a veinte ya desde
que su hijo, niño, le preguntara: el tres y el ocho cumplís?
Desde este
apacible día de comienzo de año, seré el símbolo de la acción y la inquietud
que representa el número 5 y tendré en el 8 el infinito tiempo de vivir en cada
cosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario