jueves, 1 de enero de 2015

El 5 y el 8







Desde 1957 hasta 1979 he vivido en Tafí Viejo.  Me contó mi mamá que ella caminó desde la Balcarce hasta la estación, en día de mucho sol en febrero, para tomar el tren a la ciudad. Iba a que yo naciera; nací, para alegría de la familia y me conocieron todos; yo no conocí después a mi abuela Rosario. Sin embargo, siento su amor hacia mi cada día, igual al de mi abuela María.

He ido a la escuela Próspero Mena; he tenido las mejores maestras, señoritas de esa época, del mundo. Ojalá hoy hablara alguna vez con ellas. Hice el colegio secundario en el Comercial, en una imborrable época de adolescente – muchacho, que recorro aún hoy cuando me encuentro con mis compañeras y compañeros de infatigable amistad.

He conocido el amor de los comienzos, el mejor, sin dudas; el que no se olvida, el que hace acelerar el corazón con solo recordar.

He dejado mi pueblo y mi ciudad para venir a venir a vivir en Buenos Aires; aquí estoy desde 1979; hoy con menos alegrías que al principio, hoy con más camino recorrido que antes, hoy con igual tesón para ir para adelante. Me ha ocurrido solo una cosa mala, el hecho de que mi padre tomara el tren hacia el cielo y aún no haya regresado, como dijera Neruda.

Todo esto ocurrió en mi vida desde 2014 para atrás.

A partir de hoy, en el año 2015, soy un hombre próximo a celebrar sus cincuenta y ocho años, a veinte ya desde que su hijo, niño, le preguntara: el tres y el ocho cumplís?

Desde este apacible día de comienzo de año, seré el símbolo de la acción y la inquietud que representa el número 5 y tendré en el 8 el infinito tiempo de vivir en cada cosa.



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