Yo pienso que es necesario, casi
imprescindible diría, que uno tenga un probador. Si yo tuviera uno, podría
decirle: Mauricio, vaya y pruebe los corazoncitos que sirven con el café en el
Imperio de Chacarita; él iría una tarde de sábado, pediría un café y probaría
los corazoncitos, tal el mandato; al regreso, me diría: vaya tranquilo, son
buenos.
Así, cada paso que yo estuviera
por dar, sería previamente testeado por Mauricio. Léame el último libro de
Asís, córtese el pelo en alguna peluquería de Villa Urquiza, haga un curso de
factura electrónica en Arizmendi, vea la película que pasan a las 13 en el Cinemark
de Caballito este domingo, etc.
Hoy, por ejemplo, le habría dicho
que fuera a votar en la mesa 925 de la escuela República de Irán. Allí me
hubiera encontrado con algunas trabas por eso del reglamento de la votación,
pero como todo tiene su límite y también su excepción, habría que discutir un
poco antes de que pudiera experimentar.
Si bien las profesiones de
catadores, sommeliers y agentes de turismo hoy en día hacen que una persona siga
sus instrucciones antes de beber, comer o pasear, no hay, para la vida
cotidiana, la probanza previa a una elección. Con el visto bueno de ellos, el
sujeto se deleitará con sus recomendaciones. Ése es el sentido del probador;
pero yo lo llevaría a la máxima potencia y le pediría a Mauricio que diera el
primer paso en mi lugar en todos los aspectos.
Vaya Mauricio y viaje en el 128;
tómese el vuelo del domingo a la tarde a Dresden; escuche las canciones nuevas
de Maná, viva una semana en La Pampa, invite a cenar a Nataly; después iría yo,
de acuerdo a lo que me contestara con su fina encomienda.
Imagino entonces que vivo en
Berlín, en el Kudam y le digo al Mauricio alemán que vaya a la Argentina, ahora
que están las PASO, y que viva hasta diciembre y regrese a sugerirme si vuelvo
o no.
Percibo a la sazón que vuelve y
me dice: ¡ni se le ocurra!
Julio San Martín
Bs. As., 09 de agosto de 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario