Vuelvo al ruedo de escribir. Entro de nuevo a la página en blanco y trato de desplazarme adentro de ella. Voy a utilizar mis mejores palabras para tener la ubicación exacta, en el tema, la introducción, el desarrollo y el final. Sé que lo voy a lograr, porque es lo que me gusta.
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Dijo Julio San Martín el día de su partida de Tucumán: sé que viajo a la gran ciudad para iniciar una nueva vida, entonces debo prepararme para ella, pero no tengo mucho tiempo para eso, entonces, lo haré durante el viaje. En las dieciocho horas en el tren inicié mi entrenamiento para vivir en Buenos Aires.
Desde chico, armar oraciones con palabras que daba la señorita era un placer para mi. Si la palabra era "cerros", yo escribía en el cuaderno alto: "mis cerros azules me miran cuando camino hacia la escuela"; cuando la llave de la oración debía ser "patio", yo escribía: "si la campana no nos llama, el patio nos extraña".
Mi primera lección en el tren ha sido entrar en la conversación de tres muchachos que venían juntos y que compartían el asiento de primera conmigo. Yo iba para la ventanilla y a mi lado un muchacho que viajaba junto a otros dos que iban en el asiento de atrás. Ya con el tren devorando kilómetros en la tranquilidad de la tarde en tránsito por Santiago, mi vecino me dijo: ¿qué te parece si damos vuelta el asiento para jugar un truco con mis amigos? Si, como no, le dije y dimos vuelta el asiento.
Una vez, la señorita dijo que había que hacer una oración con la palabra "taciturno"; ahí el gusto por las oraciones se me fue hacia la intriga, porque yo no sabía que quería decir taciturno. Pero la audacia de mi tierna infancia, que tenía como pilares mis diarias aventuras jugando a combate en las zanjas de la calle Balcarce, me dio fuerzas y escribí: "cuando viajo me pongo taciturno".
Después de las oraciones,las redacciones han sido mi pasión. En la escuela escribí un relato sobre mi mamá que se iba a hacer las compras en el mercado y yo la esperaba en el caminito para ayudarle a traer las bolsas; escribí sobre el trabajo de mi papá en el taller; conté sueños míos, de mis hermanos y disfruté mucho cuando la redacción era tema libre.
Para llevar y comer en el viaje, mi mamá me había dado un pollo hervido. Lo tenía bien envuelto y yo iba pensando en qué momento lo comería. Después de jugar al truco, nos quedamos hablando de San Martín, Atlético, Boca y River. Uno de los changos dijo que lo único que tenían eran unos huevos duros y dos bollos. No se preocupen, les dije, yo tengo un pollo. Los tres me miraron como si yo fuera el Cristo de San Javier.
Para mi, el punto máximo de la redacción ha sido en el curso de ingreso a la facultad de Ciencias Económicas. Tucumán, tenía un sistema de ingreso que se llamaba el Tríptico, que consistía en cursar y aprobar tres materias, entre las cuales había una vinculada con Lenguaje o Castellano. Tuve la suerte de aprobar las dos primeras y debía dar el final de Lenguaje.
Uno de los changos dijo que en la próxima estación él se bajaría a comprar un vino. Esto se está poniendo lindo, dije, mientras pensaba si el pollo estaría trozado. Llegamos a Fernández y mi vecino de asiento se bajó del tren y en cuestión de minutos volvió con un tinto de un litro y una gaseosa. Los demás sacaron unos vasos y yo abrí el paquete del pollo; estaba espectacular, cortado en presas, los muchachos sacaron un bollo, una torta y tres huevos duros. Nos servimos vino con Coca y yo me sentía el maquinista, viajando feliz hacia el futuro.
El día del examen, viajamos muy temprano desde Tafí Viejo a la Ciudad en el auto de Nicolás Sanchez, íbamos los tres con el Pájaro Medina. La cursada era en una sede que estaba enfrente al parque 9 de julio. Cruzamos la ciudad cuando el día estaba dando sus primeros rayos de sol y los negocios del centro empezaban a abrirse; la gente caminaba apurada hacia sus trabajos por las calles estrechas; todo estaba despertando y empezando.
Después de muchas risas, anécdotas, recuerdos de goles y apretones de manos con aquellos amigos compañeros de viaje de los cuales nunca más supe nada, la noche envolvió el tren, el sueño empezó a acercarse y la luz de máquina alumbraba el camino de mi esperanza.
El profesor dijo, al comenzar el examen, que éste consistía en una redacción; que eligiéramos el tema y que él la evaluaría y ahí nomas tendríamos la nota. Concentré mi memoria en las mejores oraciones escritas por mi en la escuela Próspero; en los mejores relatos que leía en mi casa para mi familia; pensé en todo lo que había visto en el viaje hacia la facultad y encontré el título de mi redacción para el examen final: "Despierta Tucumán".
Cuando apoyé mi cabeza entre el asiento verde y la fría ventanilla, el sueño empezó a ganarme y dejé que mi mente hiciera también su sereno viaje hacia el descanso. La dejé relajarse y pensé, mañana despertaré quien sabe adonde; y Tucumán despertará sin mi.
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