La escuela Próspero mena, turno tarde en Tafí Viejo ha sido mi punto de partida en esta vida. Muchos años después, sigue en mi memoria. Como si estuviera escuchando su campana, como si caminara por una de sus galerías, como si estuviera sentado en el banco de madera mirando el gastado pizarrón, como si viera en un sueño el patio con el mástil y nuestra bandera, como si estuviera jugando un partido en la canchita de atrás, siento en mi corazón el latido de su presencia.
En este Día del Maestro, recuerdo a mis maestras de aquella escuela. Cada una de ellas y la señora Directora, me han dado un eslabón de comportamiento que hoy me guía por los intrincados caminos de este devenir.
Ahora bien, el símbolo de mis maestras, a quien mi verdadero homenaje de hoy va dirigido es la Señorita Victoria Ragout. Inolvidable ha sido su paso por mi enseñanza, he recibido de sus conocimientos el fino sentir de cómo se debe enseñar y aprender.
Recuerdo que una vez, le tocó a ella enseñarnos a dividir un número con decimales. Nos dijo que teníamos que buscar el número del divisor que fuera mayor al cociente y ver cuántas veces éste estaría contenido en aquel. Pero, y aquí está el mejor y el más dulce de mis recuerdos hacia ella, nos dijo que cuando llegábamos a la coma, debíamos escuchar una voz que nos decía: luz roja, luz roja, luz roja, porque había que realizar un paso trascendente, como lo es operar con la coma.
Ahora, en cada cálculo de mi vida que pasa por mi mente, por mi papel o por mi lápiz, la veo parada de fina estampa, elegante, con su cuidado guardapolvo de blanco impecable, sus delicados gestos y su cabello recogido. Entonces, resuelvo ese cálculo, lo llevo a cabo con la precisión necesaria de una luz roja que me recuerda la enseñanza de la Señorita Victoria; y es así nomás como ella me lo dijo en mi niñez: cuando el cálculo se dificulta por una coma, escucho su voz, esta vez, que baja desde el cielo sobre los cerros de mi pueblo.
Julio San Martín, 11 de septiembre de 2009 en CABA.
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