La madre de Narciso visitó al adivino Tiresias para saber sobre el futuro de su hijo y recibió esta respuesta: " Narciso vivirá hasta ser muy viejo con tal que nunca se conozca a si mismo". Desde temprana edad se sentía tercamente orgulloso de su propia belleza por lo que rechazaba cruelmente a quienes querían ser su amante. Entre esos amantes rechazados estaba Eco, la que por un castigo de Hera, no podía utilizar su voz sino para repetir tontamente los gritos ajenos.
Un día Narciso salió a cazar ciervos siendo perseguido a escondidas por Eco. En un momento sintió que alguien estaba cerca y se produjo este diálogo:
- ¿Está alguien aquí?
- Aquí, repitió Eco.
- ¡Ven!
- ¡Ven!
- ¿Porqué me eludes?
- ¿Porqué me eludes?
- ¡Unámonos aquí!
- ¡Unámonos aquí!, repitió Eco y corrió a abrazar a Narciso.
Pero él se apartó, la dejó y ella pasó el resto de su vida en cañadas solitarias, consumiéndose de amor y mortificación, hasta que sólo quedó su voz.
Después, por súplica de un amante despechado, Narciso fue el condenado por los dioses. Él se enamoraría pero sin poder consumar su amor. Así fue que viéndose reflejado en un lago espejado trató de besar y abrazar al bello muchacho que veía ante él, pero pronto se reconoció a sí mismo y permaneció contemplándose una hora tras otra. ¿Cómo podía soportar el hecho de poseer y no poseer al mismo tiempo?. Eco le acompañó en su aflicción hasta que decidió irse al paraíso dejando un "adiós joven amado inútilmente" imaginario. Donde su sangre empapó la tierra, nació la blanca flor del narciso con su corolario rojo.
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