El regalo es el medio más directo
para demostrar afecto a otra persona; creo firmemente en eso; traigo ese sentir
desde mi origen porque he recibido regalos que todavía me acompañan. De aquella
época, por cuestiones propias del tiempo, no tengo los aspectos materiales de
los regalos, pero si los espíritus de ellos todavía viven en mí.
Mis padres me han regalado la
vida; mis hermanos el amor y mis abuelos, mis tías, tíos y primos, cada uno de
ellos, me han dado muchas cosas que, aún sin saberlo, me hacen celebrar la vida
cada día. Quiero hacer un homenaje,
desde estas líneas a dos regalos que recibí de mi familia.
Mi querida y nunca olvidada tía
Luisa, era la primera en llegar a mis cumpleaños; siempre me traía medias o
calzoncillos, y depositaba en ellos un afecto tan grande que esas cosas han
sido inolvidables. Pero una vez, cambió el regalo y me trajo una taza y un
plato celestes. Era tan linda esa taza que si la tuviera hoy sería muy feliz;
tenía dibujos en tonos pasteles y yo los miraba y los hacía jugar entre ellos;
así, los dibujos del plato jugaban con los de la taza y yo disfrutaba con cada
mate cocido que tomaba.
No sé dónde lo había comprado
ella, por esas cosas del protocolo, eso no se dice; imagino yo que vendrían del
Bazar del Hogar o de la Cooperativa; hoy creo verlos en la vidriera de esos
lugares tan caros a mis afectos. Hoy
todas mis tazas y platos que uso para el mate cocido son celestes con tonos
pasteles, aunque la realidad me los muestre con otros colores. Y son eso sí, del Bazar del Hogar en la
Avenida, o de la Cooperativa.
El otro regalo que hoy tengo en
mi alma es el que me trajo mi tío Ramón, cuando yo ya iba dejando la tierna
niñez para ingresar en la querida adolescencia. Mi tío Ramón vino al mediodía
de aquel caluroso veinticinco de febrero, con su sombrero y sus botines
caminantes del suelo taficeño. Me dijo, para vos Jota, y me entregó un pequeño
paquete, lo abrí con el entusiasmo con el que se espera el regalo y era una
máquina de afeitar.
Qué lindo regalo me hizo Ramón;
ese presente me invitó a crecer, a mirar adelante, mirarme en el espejo y a
pasar mi máquina de afeitar por mi cara. Hoy en día utilizo una máquina
parecida, con un solo filo; no quiero aquellas peligrosas de varios filos; sigo
con la primera que recibí; siento en cada mañana que sobre mi cara se desliza
el regalo de mi tío Ramón; y así él está conmigo.
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