-
“
"11679”, dijo mi mamá.
-
“a ver, a ver…”, dijo la empleada del policlínico buscando la ficha.
-
“Aquí está, siéntense y esperen, que ya los va a
llamar el doctor”
Nos sentamos en la sala de
espera; había dos hileras de sillas ubicadas contra la pared, una enfrente de
la otra. El medio de las hileras era el pasillo por donde la gente iba y venía.
Yo estaba sentado a la par de ella. Hacíamos silencio como lo indicaba el
cartel de la enfermera con el gesto: “shhhhh”.
Habíamos llegado al policlínico
después de caminar desde la estación Colegio Nacional, habíamos cruzado la
avenida ancha con una platabanda y palmeras; era más ancha y alta (me parecía a
mi) que la de Tafí. Habíamos viajado en el tren desde nuestra ciudad.
“El doctor te va a decir que
tenés que comer más”, me decía ella. Yo pensaba cómo sabía ella lo que me iba a
decir el doctor. Ojalá que no me diga eso, pensaba yo. ¿Cómo sabe usted lo que
me va a decir el médico?; porque vos no comés nada, me dijo.
Yo me estiraba en la silla y
ponía las manos atrás de la cabeza y juntaba los pies. Me deslizaba por la
silla hasta que llegaba al borde y me ponía derecho. Esos eran solitarios
juegos para hacer pasar el tiempo. El día estaba lindo, se veía que el sol
iluminaba el final del pasillo; era invierno, fresco y ventoso.
El médico me llamó y entramos. Él
leía la historia clínica y yo trataba de leer algo de lo que decía; era una
hoja amarilla con muchas anotaciones, con el borde gastado, arrugado y roto en
algunas esquinas; las anotaciones eran de letras muy difíciles de entender; yo
miraba y quería leer una frase; pero eran fechas y anotaciones ininteligibles.
Desde mi silla al borde el escritorio del doctor, yo deslizaba la mirada por
toda la ficha desde el comienzo hasta el final pero no entendía. Solo se veía
al comienzo, casi como un título con números y letras grandes: “11679 – Julio
Jordán Benjamín Lezcano”
Mi historia clínica en el Policlínico
Ferroviario era ésa. Ahí estaba la historia de mi vida, en términos médicos; mi
mamá era la cuidadora de mi salud; así como los barcos pequeños se aseguran
cuando se recela el temporal, así era ella mi guardiana en el Policlínico. No
sé cuántos años han pasado desde entonces, o tal vez si lo sé; pero el número
de años que han transcurrido desde aquellas consultas, esperas y tratamientos,
no son nada a la par del símbolo numérico que ha quedado grabado en mi para
siempre: el 11679.
Aristóteles afirmaba que no se piensa sin imágenes, y hoy en día,
desde mi corazón, cualquier pensamiento mío hacia mi madre tiene esa imagen;
ese símbolo de mi vida que perdura eternamente en días en cualquier pasillo que
me encuentre esperando y esperando con mis manos detrás de mi cabeza, con mi
madre al lado.
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