sábado, 28 de marzo de 2015

3 de febrero 826 (en 1979)



3 de febrero 826, ha sido la dirección de mi primer trabajo en Buenos Aires. Unos días antes había sido la entrevista, luego de elegir un aviso de los clasificados del diario “El Clarín” que decía: “se necesita empleado para tareas generales de oficina, con o sin experiencia”. Yo había leído ese aviso por indicación de mi tío Mauricio Lescano, quien lo había elegido porque era fácil viajar desde Florida, donde vivíamos, hasta ese lugar.
Recuerdo que el día de la entrevista mi tío Mauricio me acompañó. En el recorrido del colectivo 68, que tomamos en el Puente Saavedra, él me iba diciendo cómo se llamaban las calles y algunas características precisas de cada esquina o lugar por donde íbamos. Por ejemplo, me decía los nombres de las avenidas que cruzábamos, como Congreso, Monroe, Juramento, hasta que llegamos a Federico Lacroze.
Ahí nos bajamos; él me dijo: tenemos que cruzar Cabildo. Fuimos caminando por la calle arbolada y tranquila, con sombras muy frescas en aquel tórrido mes de enero de 1979. 3 de febrero 826, aquí es, dijo mi tío. Entramos. Nos recibieron en la recepción y mi tío dijo que él (yo) venía por el aviso de Clarín. Me entrevistaron en la oficina de personal y después llamaron al Contador. Él me preguntó si sabía hacer conciliaciones bancarias, análisis de cuentas de proveedores; a todo le dije que sí.
La entrevista se extendió, yo iba de una oficina a otra; en cada lado me hacían preguntas. Cuando estaba en la oficina del Contador, llamaron por teléfono y él dijo: sí, está aquí conmigo. El llamado era de mi tío que había preguntado porque me demoraba tanto. Se ve que lo cuidan mucho, me dijo el Contador; es que recién llego de Tucumán, no conozco nada y mi tío se preocupa por mí, le respondí. Es bueno que estén pendientes de uno, va a ver que a la larga va a extrañar eso, me dijo él.
“Usted va a trabajar con nosotros a partir del próximo lunes”, me dijo el Contador. Muchas gracias, Contador, le dije. No me diga Contador, dijo, dígame Santiago. Lo que pasa es que en Tucumán se les dice así, por el respeto que se les tiene, le dije. Pero ahora no está en Tucumán, ahora está en Buenos Aires, me dijo Santiago. A qué hora tengo que venir?, pregunté. Aquí se trabaja de 8 a 17, lo espero a esa hora, me dijo.
Salí contentísimo y me abracé con el tío Mauricio. Me han dado el trabajo, le dije. Qué lindo, gracias a Dios, dijo el tío. Ahora le voy a escribir a mi mamá para contarle, pensé. Tomamos de nuevo el 68 y volvimos a la casa.
El lunes siguiente me levanté muy temprano, preparado para ir a trabajar; con mucho entusiasmo tomé el colectivo 68. Tenía la camisa de mangas largas y la corbata. Llevaba una pequeña carterita con mis cosas y una carpeta con papeles en blanco para escribir. Llegué a 3 de febrero 826, recordé cada paso que había dado con mi tío Mauricio. Entré en el lugar, me atendieron en la recepción, dije que empezaba a trabajar ese día. Todavía no ha llegado nadie, dijo la recepcionista.
Esperé ansioso. El sol de enero era el implacable de los veranos porteños. Llegó el Contador, con impecable pantalón gris, camisa celeste, corbata al tono y el saco azul en la mano; en la otra llevaba el portafolio. Buen día, venga, pase.
Subimos en el ascensor al 2° piso. Entramos a una oficina grande; estaban todos los escritorios vacíos (cuál me tocará, pensé).
-          Venga a mi oficina, dijo Santiago Helver, el Contador.
-          Pase, Julio, deje su saco allí.
-          No tengo saco, le dije.
Y empecé a trabajar en Buenos Aires.

Julio Jordán Benjamín Lezcano
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 28 de marzo de 2015.


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