3 de febrero 826, ha sido la
dirección de mi primer trabajo en Buenos Aires. Unos días antes había sido la
entrevista, luego de elegir un aviso de los clasificados del diario “El Clarín”
que decía: “se necesita empleado para
tareas generales de oficina, con o sin experiencia”. Yo había leído ese
aviso por indicación de mi tío Mauricio Lescano, quien lo había elegido porque
era fácil viajar desde Florida, donde vivíamos, hasta ese lugar.
Recuerdo que el día de la
entrevista mi tío Mauricio me acompañó. En el recorrido del colectivo 68, que
tomamos en el Puente Saavedra, él me iba diciendo cómo se llamaban las calles y
algunas características precisas de cada esquina o lugar por donde íbamos. Por
ejemplo, me decía los nombres de las avenidas que cruzábamos, como Congreso,
Monroe, Juramento, hasta que llegamos a Federico Lacroze.
Ahí nos bajamos; él me dijo: tenemos que cruzar Cabildo. Fuimos
caminando por la calle arbolada y tranquila, con sombras muy frescas en aquel
tórrido mes de enero de 1979. 3 de febrero 826, aquí es, dijo mi tío. Entramos. Nos recibieron en la recepción y mi
tío dijo que él (yo) venía por el aviso de Clarín. Me entrevistaron en la
oficina de personal y después llamaron al Contador. Él me preguntó si sabía
hacer conciliaciones bancarias, análisis de cuentas de proveedores; a todo le
dije que sí.
La entrevista se extendió, yo iba
de una oficina a otra; en cada lado me hacían preguntas. Cuando estaba en la
oficina del Contador, llamaron por teléfono y él dijo: sí, está aquí conmigo. El llamado era de mi tío que había
preguntado porque me demoraba tanto. Se
ve que lo cuidan mucho, me dijo el Contador; es que recién llego de Tucumán, no conozco nada y mi tío se preocupa
por mí, le respondí. Es bueno que
estén pendientes de uno, va a ver que a la larga va a extrañar eso, me dijo
él.
“Usted va a trabajar con nosotros a partir del próximo lunes”, me
dijo el Contador. Muchas gracias, Contador, le dije. No me diga Contador, dijo, dígame
Santiago. Lo que pasa es que en Tucumán se les dice así, por el respeto que
se les tiene, le dije. Pero ahora no está
en Tucumán, ahora está en Buenos Aires, me dijo Santiago. A qué hora tengo que venir?, pregunté. Aquí
se trabaja de 8 a 17, lo espero a esa hora, me dijo.
Salí contentísimo y me abracé con
el tío Mauricio. Me han dado el trabajo,
le dije. Qué lindo, gracias a Dios, dijo el tío. Ahora le voy a escribir a mi mamá para contarle, pensé. Tomamos de nuevo el 68 y volvimos a la
casa.
El lunes siguiente me levanté muy
temprano, preparado para ir a trabajar; con mucho entusiasmo tomé el colectivo
68. Tenía la camisa de mangas largas y la corbata. Llevaba una pequeña
carterita con mis cosas y una carpeta con papeles en blanco para escribir.
Llegué a 3 de febrero 826, recordé cada paso que había dado con mi tío Mauricio.
Entré en el lugar, me atendieron en la recepción, dije que empezaba a trabajar
ese día. Todavía no ha llegado nadie, dijo la recepcionista.
Esperé ansioso. El sol de enero
era el implacable de los veranos porteños. Llegó el Contador, con impecable pantalón
gris, camisa celeste, corbata al tono y el saco azul en la mano; en la otra
llevaba el portafolio. Buen día, venga, pase.
Subimos en el ascensor al 2°
piso. Entramos a una oficina grande; estaban todos los escritorios vacíos (cuál
me tocará, pensé).
-
Venga a mi oficina, dijo Santiago Helver, el
Contador.
-
Pase, Julio, deje su saco allí.
-
No tengo saco, le dije.
Y empecé a trabajar en Buenos
Aires.
Julio Jordán
Benjamín Lezcano
Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, 28 de marzo de 2015.
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