A mi amigo Marcelo Nieva
UN AMIGO LLAMÓ UNA NOCHE
Llegó del trabajo con una carga
de estrés mayor que la de todos los días; el calor de febrero seguía firme como
lo había sido en todo este verano. Sólo quería descansar, darse una ducha,
acostarse e intentar relajarse. Así lo hizo. Se acostó y dejó que la mente
hiciera el repaso diario de las cosas que le habían pasado. Recordó esto, lo
otro, el trabajo, la familia, los proyectos, los sueños, las obligaciones y
todas las cosas que le pasaban. Pensó que todas tenían algún laberinto que sólo
el hilo de Ariadna podría recorrerlo.
Logró relajarse, cree que durmió
un poco. Se levantó y su dolor de cintura lo acompañaba como siempre. Se sentó
a la mesa a cenar, compartió las vivencias del día con su familia; siguió la
rutina diaria, vio los programas de televisión. Pensó que no dormiría bien esa
noche por la siesta que había tenido. Rogó que la noche lo abrazara, lo llevara
con ella a esos remolinos oscuros que la conforman y que lo hicieran partir de
allí por unos momentos; que la sombra de la noche lo cubriera con su manto de
olvido; y de paz.
Apoyó su cabeza en la almohada y
se entregó al descanso. Dejó que llegara el sueño que tanto él quería y durmió.
De pronto estoy en el gallinero del fondo
de mi casa; tengo que cambiarle el agua a las gallinas; el gallo me mira y me
indica una flor nueva que ha salido en el jardín. Vuelvo en mí; me
despierto; es la 1,30 de la madrugada; quiero ir al baño, me levanto. Regreso a
la cama; veo mi teléfono con una luz encendida; hay una llamada perdida que es
de mi amigo de la infancia de Tafí Viejo. Pienso en contestarle, pero considero
que no es hora para llamar; él me llamó casi dos horas antes, mientras yo
dormía.
Ahora me cuesta dormir; el calor
y el día agotador que tuve no me dejan descansar. Pienso y pienso, doy vueltas
en la cama, me enojo porque el pensamiento me lleva a una situación que estoy
viviendo y que no me gusta; nadie sabe lo que sufro, las cosas que me pasan en
la vida y que ahora, en esta noche oscura, se han instalado en mi cabeza. Por
fin siento que me voy por la vereda oscura del sueño y llego a un nuevo país en
la imaginación de mi mente.
Despierto en la mañana y empiezo
el día con la rutina. Me siento bien, me convenzo de que logré un buen
descanso; me siento con ganas de vivir este día; he recobrado las ganas por la
energía que me ha dado la noche, que yo había creído cruel pero que no había
sido así. El descanso, aunque no sé con qué, me ha dado un nuevo empuje. Me
siento como que hice el saludo al sol; aquel que en mis años mozo aprendí en
las sesiones de yoga. Me siento enérgico para vivir.
Al mediodía, hice un descanso en
mi trabajo y miré mi teléfono; vi la llamada perdida de mi amigo. Lo llamé y me
contó porqué me había llamado a la noche. Me dijo que se había encontrado con
otros amigos y que habían hecho un asado. Mientras él me contaba eso yo
recordaba cómo eran esas reuniones; de mucho entusiasmo y diálogo. Me dijo que
habían estado recordando anécdotas entre las cuales estaba yo, que se habían
divertido con los recuerdos de cuando yo vivía en Tafí, hace treinta y seis
años; y que él había decidido llamarme para hacerme hablar con cada uno de los
que estaban allí. Qué pena, le dije, que no te atendí. No importa, me dijo;
cuando vengas a Tafí, vamos a hacer un asado así. Meta, le dije.
Corté la comunicación y allí me
di cuenta de la noche que había pasado. Había llegado abatido a mi casa y muy
mal por las cosas que me están pasando. Pero de pronto me puse bien, me
entregué al sueño, descansé mejor y me desperté con ganas de vivir el día como
si fuera el último.
Ese valor nuevo de mi día, de renovadas
ansias y decisión para empezar, me los había dado aquel pensamiento de mi
amigo. Ese nuevo ímpetu de aquel día me lo había traído la llamada perdida, por
la pasión de mis amigos teniéndome en sus relatos de los buenos recuerdos. Ha sido, sin dudas, el tenue frenesí de la
amistad.
Julio San Martín
Mar del Plata, 13 de febrero de 2015
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