Hoy 3 de abril de 2012 mi padre hubiera cumplido 88 años. Él esperaba siempre el 3 de abril con mucha ansiedad y alegría; si una comida le gustaba, por ejemplo, decía que la iba a comer el 3 de abril. Si un músico interpretaba una buena chacarera, él decía que para el 3 de abril lo iba a tener en su casa. Y así, la llegada del día de su cumpleaños era para él el día del cumplimiento de todos sus sueños, desde el más pequeño hasta el más grande.
Yo también tengo sueños pequeños y grandes. Tengo la espera de la llegada de mi cumpleaños y tengo la vida que él no tiene; han pasado veinticuatro años desde su partida, es decir, veinticuatro años sin su amor. Como él no está, mi sueño grande es esperar el 3 de abril, con este deseo: tenerlo a mi lado.
Vaya en su recuerdo un poema de Neruda que siempre que lo leo, acerca a mi padre al mejor de los recuerdos de mi corazón.
El padre brusco vuelve de sus trenes:
reconocimos en la noche el pito
de la locomotora perforando la lluvia
con un aullido errante,
un lamento nocturno, y luego
la puerta que temblaba:
el viento en una ráfaga entraba con mi padre
y entre las dos pisadas y presiones
la casa se sacudía.
Las puertas asustadas se golpeaban con seco
disparo de pistolas, las escalas gemían
y una alta voz recriminaba, hostil,
mientras la tempestuosa
sombra, la lluvia como catarata
despeñada en los techos
ahogaba poco a poco el mundo
y no se oía nada más que el viento
peleando con la lluvia.
Sin embargo, era diurno.
Capitán de su tren, del alba fría,
y apenas despuntaba
el vago sol, allí estaba su barba,
sus banderas verdes y rojas, listos los faroles,
el carbón de la máquina en su infierno,
la Estación con los trenes en la bruma
y su deber hacia la geografía.
El ferroviario es marinero en tierra
y en los pequeños puertos sin marina
-pueblos del bosque- el tren corre que
corre desenfrenando la naturaleza,
cumpliendo su navegación terrestre.
Cuando descansa el largo tren
se juntan los amigos,
entran, se abren las puertas de mi
infancia, la mesa se sacude,
al golpe de una mano ferroviaria
chocan los gruesos vasos del hermano
y destella el fulgor de los ojos del vino.
Mi pobre padre duro allí estaba, en el eje de la vida,
la viril amistad, la copa llena.
Su vida fue una rápida milicia
y entre su madrugar y sus caminos,
entre llegar para salir corriendo,
un día con más lluvia que otros días
el conductor José del Carmen Reyes
subió al tren de la muerte y hasta ahora
no ha vuelto.
reconocimos en la noche el pito
de la locomotora perforando la lluvia
con un aullido errante,
un lamento nocturno, y luego
la puerta que temblaba:
el viento en una ráfaga entraba con mi padre
y entre las dos pisadas y presiones
la casa se sacudía.
Las puertas asustadas se golpeaban con seco
disparo de pistolas, las escalas gemían
y una alta voz recriminaba, hostil,
mientras la tempestuosa
sombra, la lluvia como catarata
despeñada en los techos
ahogaba poco a poco el mundo
y no se oía nada más que el viento
peleando con la lluvia.
Sin embargo, era diurno.
Capitán de su tren, del alba fría,
y apenas despuntaba
el vago sol, allí estaba su barba,
sus banderas verdes y rojas, listos los faroles,
el carbón de la máquina en su infierno,
la Estación con los trenes en la bruma
y su deber hacia la geografía.
El ferroviario es marinero en tierra
y en los pequeños puertos sin marina
-pueblos del bosque- el tren corre que
corre desenfrenando la naturaleza,
cumpliendo su navegación terrestre.
Cuando descansa el largo tren
se juntan los amigos,
entran, se abren las puertas de mi
infancia, la mesa se sacude,
al golpe de una mano ferroviaria
chocan los gruesos vasos del hermano
y destella el fulgor de los ojos del vino.
Mi pobre padre duro allí estaba, en el eje de la vida,
la viril amistad, la copa llena.
Su vida fue una rápida milicia
y entre su madrugar y sus caminos,
entre llegar para salir corriendo,
un día con más lluvia que otros días
el conductor José del Carmen Reyes
subió al tren de la muerte y hasta ahora
no ha vuelto.
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