Ya con la valija lista, me fui al fondo de la casa a mirar el patio, la tapia, el gallinero y atrás, arriba, alto, azul, el cerro. Les dije adios a todos. Salí de mi casa y saludé a Doña Marta que estaba esperándome en la vereda, saludé a Don Rearte, a la madre de Yunín y al llegar a la esquina, entré en la casa de Carlos González; allí estaba toda su familia y nos saludamos, todos me desearon suerte.
Llegamos a la parada del ómnibus en la iglesia, en la punta de la avenida, desde allí la miré, la vereda derecha del cine Metro que tantas veces caminé cuando iba hacia el centro; la platabanda que estaba firme como siempre y marcando el medio de la avenida; la vereda izquierda, la del cine Alberdi, que era el obligado regreso a la casa. Saludé a la avenida con un nudo en la garganta.
Ya en la estación del Mitre, el tren estaba listo y mi papá, sabio de estos viajes, subió al coche donde estaba mi asiento y acomodó mi valija. Ella, mi novia de antes, mi amiga de ese tiempo había ido a despedirme. Los miré por la ventanilla cuando el tren se puso en marcha y había comenzado a irme. Lágrimas teníamos los tres, mi papá, ostensible como siempre, ella recatada tras su anteojos oscuros con la suave brisa moviéndole el pelo y yo, alejándome cada vez más por la fuerza del viaje, los veía parados, quietos y tristes en el andén. El único que estaba en movimiento era yo, pero en el movimiento del trayecto, de la despedida y de la ida sin saber del regreso.
Mis tres compañeros de viaje eran amigos entre ellos, decían que iban a buscar trabajo, que les habían dicho que en Buenos Aires se conseguía lo que en Tucumán era casi imposible: un trabajo, un lugar para aprender o para hacer lo que uno sabe, donde a uno le paguen por eso; para que pueda vivir, ayudar a su familia y a superarse en estos comienzos de la vida de adultos.
A la hora de la cena, yo abrí mi paquete con un pollo hervido que me había preparado mi mamá. Vi que ellos no tenían algo preparado para comer; les ofrecí compartir el pollo; uno de ellos sacó, envuelto en un repasador, un bollo. Hicimos una mesa común y comimos pollo con bollo. El tren paró en una estación escondida en la noche y uno de los changos se bajó y volvió con un vino tinto y una Fanta. Nunca olvidaré aquella cena en tránsito hacia la gran ciudad.
Al día siguiente, el tren entró en Retiro. La estación del Mitre era inmensa a los ojos de los changos de Tucumán que empezaban a ver la ciudad. Había mucha gente esperando el tren; me asomé y vi, a los lejos, a mi tío Mauricio, con saco y corbata, como siempre. Ya en suelo porteño lo abracé y me abrazó con la felicidad del reencuentro. Mi papá había hablado con él y por eso me estaba esperando para llevarme a su casa.
Ese abrazo en mi primer instante en esta ciudad ha sido como el aquel de despedida que le diera a mi viejo en Tucumán. Estar aquí con mi tío Mauricio era el comienzo de una nueva vida. El me ofreció ese desafío con su sonrisa; sin decírmelo me invitó a empezar en la lucha. Sus manos firmes me dieron el divino impulso del comienzo. Era el cinco de enero de mil novecientos setenta y nueve y yo empezaba a vivir el futuro.
Aquel futuro que había soñado mi mamá ya estaba en marcha. Ya estaba yo en Buenos Aires, pleno de vida, con veintiún años de edad y las fuerzas intactas. Allí empecé a vivir la vida de la ciudad. El destino marcó en mi vida que el día cinco de enero sería de vital importancia para mi.
Años después, el cinco de enero de mil novecientos noventa nació mi hijo.
Mis tres compañeros de viaje eran amigos entre ellos, decían que iban a buscar trabajo, que les habían dicho que en Buenos Aires se conseguía lo que en Tucumán era casi imposible: un trabajo, un lugar para aprender o para hacer lo que uno sabe, donde a uno le paguen por eso; para que pueda vivir, ayudar a su familia y a superarse en estos comienzos de la vida de adultos.
A la hora de la cena, yo abrí mi paquete con un pollo hervido que me había preparado mi mamá. Vi que ellos no tenían algo preparado para comer; les ofrecí compartir el pollo; uno de ellos sacó, envuelto en un repasador, un bollo. Hicimos una mesa común y comimos pollo con bollo. El tren paró en una estación escondida en la noche y uno de los changos se bajó y volvió con un vino tinto y una Fanta. Nunca olvidaré aquella cena en tránsito hacia la gran ciudad.
Al día siguiente, el tren entró en Retiro. La estación del Mitre era inmensa a los ojos de los changos de Tucumán que empezaban a ver la ciudad. Había mucha gente esperando el tren; me asomé y vi, a los lejos, a mi tío Mauricio, con saco y corbata, como siempre. Ya en suelo porteño lo abracé y me abrazó con la felicidad del reencuentro. Mi papá había hablado con él y por eso me estaba esperando para llevarme a su casa.
Ese abrazo en mi primer instante en esta ciudad ha sido como el aquel de despedida que le diera a mi viejo en Tucumán. Estar aquí con mi tío Mauricio era el comienzo de una nueva vida. El me ofreció ese desafío con su sonrisa; sin decírmelo me invitó a empezar en la lucha. Sus manos firmes me dieron el divino impulso del comienzo. Era el cinco de enero de mil novecientos setenta y nueve y yo empezaba a vivir el futuro.
Aquel futuro que había soñado mi mamá ya estaba en marcha. Ya estaba yo en Buenos Aires, pleno de vida, con veintiún años de edad y las fuerzas intactas. Allí empecé a vivir la vida de la ciudad. El destino marcó en mi vida que el día cinco de enero sería de vital importancia para mi.
Años después, el cinco de enero de mil novecientos noventa nació mi hijo.
Julio San Martín
3 de enero de 2012
Increible la coincidencias de fechas!! feliz año nuevo Julio y feliz aniversario de su nueva vida
ResponderEliminarcariños
monica
Muchas gracias por su comment, Mónica. Es así con estas fechas que marcaron mi camino. Feliz año nuevo para usted también.
ResponderEliminarEmocionante recuerdo que se transforma en el de mi propia experiencia. A poco más de un mes de ese acontecimiento de 1979, sin saberlo –era un niño de 5 años solamente- seguí tus pasos. Fuiste el adelantado de la familia. 33 años después aún sigo el camino que vas trazando.
ResponderEliminarRetiro, el Estrella del Norte, pullman, coche comedor, furgón, muebles, panchitos en la plaza, María Remedios, toldo, frío, Obelisco, fotos, parque Avellaneda… Son palabras que funcionan como disparadores de recuerdos de esos primeros años en esta ciudad.
Gracias, José Carlos por tu comment. Es así, todos esos nombres y lugares que mencionas tienen un punto de partida para un tren de recuerdos; es bueno tenerlos siempre presentes porque alimentan las ganas de seguir adelante. Sobre los panchitos en la plaza, el toldo y las fotos en el Obelisco irán apareciendo palabras que unidas nos traerán los recuerdos felices.
ResponderEliminarEn la forma que Ud narra su vivencia de aquel Enero de 1979 nos hace creer que los que estamos leyendo su narracion tambien estuvimos en la iglesia esperando el colectivo, en la estacion del Mitre a la espera del tren, en el asiento de enfrente viendo como Ud y sus eventuales acompañantes disfrutanban del pollo con bollo y hasta casi que estabamos en Retiro junto a su tio esperándolo.Envidiable su memoria y su narrativa. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarGracias, amigo Paramecio, por su comment y por acompañarme en este viaje al corazón del recuerdo. Un abrazo.
ResponderEliminarhermoso recuerdo taficeño, amigo. Tu relato es tan límpido que también yo me sentí adentro de la escena. Para una taficeña son dolorosos estos desprendimientos pero sé que para vos significó encontrarte con tu futuro y la familia que fundaste. Si uno pudiera vivir en varios lugares...este relato me trae ecos no textuales, sino simbólicos, del cuento "el jardín de los senderos que se bifurcan
ResponderEliminarGracias, Anónimo por su comment. Es reconfortante que una persona que lee el relato se sienta formando parte de esa historia. Gracias también por compartir el desprendimiento y la búsqueda del mañana. Un abrazo.
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