Cultivo una rosa blanca
en julio como enero
para el amigo sincero
que me da su mano franca.
Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo;
cultivo una rosa blanca.
Si ves un monte de espumas,
Es mi verso lo que ves:
Mi verso es un monte, y es
Un abanico de plumas.
Mi verso es como un puñal
Que por el puño echa flor:
Mi verso es un surtidor
Que da un agua de coral.
Mi verso es de un verde claro
Y de un carmín encendido:
Mi verso es un ciervo herido
Que busca en el monte amparo.
Mi verso al valiente agrada:
Mi verso, breve y sincero,
Es del vigor del acero
Con que se funde la espada.
Si ves un monte de espumas,
Es mi verso lo que ves:
Mi verso es un monte, y es
Un abanico de plumas.
Mi verso es como un puñal
Que por el puño echa flor:
Mi verso es un surtidor
Que da un agua de coral.
Mi verso es de un verde claro
Y de un carmín encendido:
Mi verso es un ciervo herido
Que busca en el monte amparo.
Mi verso al valiente agrada:
Mi verso, breve y sincero,
Es del vigor del acero
Con que se funde la espada.
En estos poemas de Martí, siento la necesidad de decirlo, encuentro el verano en todo su esplendor. El calor de la estación, como el de la poesía dedicada al color de la flor y al amigo sincero, reúnen los días de sol vigoroso; los días de los encuentros.
En los encuentros se ve el sol que asoma, como detrás de los cerros de Tafí. Brilla a lo lejos pero uno lo siente en la piel. El sol llega a los labios e ilumina; con calor, enero y febrero, llegan fogosos y se esperan. Aquí están. Se han encontrado. Es el verano y la poesía.
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