Julio San Martín llegó a la empresa un poco más
tarde de lo normal por un trámite que había realizado en el centro. Era un día
de tórrido verano porteño; en la recepción lo estaba esperando un muchacho apuesto
y muy elegante luciendo un ambo de color natural, como si fuera un colombiano o
un ecuatoriano a la hora pico de la labor en la zona de bancos.
El sector administrativo de la empresa de
camiones estaba organizándose en aquella época y en el sector de Control Contable
había ingresado a trabajar la señorita Pambell. Ella era muy atenta y lucía una
juvenil elegancia propia de las modelos de la revista Pronto. Era simpática y
dada a la conversación suelta y podía abordar cualquier tema.
Lo están esperando, le dijo la recepcionista a
Julio San Martín quien saludó al señor y lo invitó a pasar. Fueron hasta la
oficina triangular frente a la atenta mirada de las chicas del sector vecino
que se miraban entre ellas y se preguntaban quién era. El señor Bagam se acercó
a la oficina de Taxes y se hizo una pequeña reunión entre los tres.
Julio San Martín y la señorita Pambell habían
entablado una tenue amistad. Ella venía hasta la oficina y siempre había algo
para comentar; a veces un chisme, otras un estado de ánimo, pero cada vez que
hablaban se hacía llevadero el diálogo.
Victorinox era el nombre del muchacho que a
partir de ese día trabajaría junto a Julio San Martín en aquel entuerto
impositivo que tenía la empresa de camiones. Ahí se puso en marcha una relación
que perduraría en el tiempo con muchos dimes y diretes propios del devenir
laboral. Victorinox tenía joven empuje, y hablaba mucho, le gustaba conversar e
intercambiar opiniones e ideas, todo lo contrario a la amiga Alepé cuya voz
poco se había conocido.
La señorita Pambell también empezó a hablar con
Victorinox. Se hicieron compinches, porque ambos eran simpáticos y compartían
anécdotas y hasta un lenguaje común, aquel de los chicos jóvenes que se
diferenciaban de los modismos más tradicionales de Julio San Martín o del señor
Bagam.
Con Victorinox entonces se hicieron charlas
amenas y con Julio San Martín compartían la admiración por el mejor equipo de
todos los tiempos: Boca Juniors. Así, en los ratos donde las cuestiones
impositivas iban quedando de lado para descansar, se trenzaban en
conversaciones futboleras, de cultura general y de mujeres también, porque no
decirlo. Victorinox, le había echado el ojo a una de las chicas del sector
vecino y se desarmaba por contestarle cuando ella venía a Taxes a preguntar
algo.
La señorita Pambell era del equipo que estaba
por descender en el año 2009, así que se tiraba con munición gruesa con los
muchachos de Taxes.
Todo aquello era luz de día de oficina; a las
seis de la tarde todo se terminaba y al día siguiente se reflotaba, pero todo
quedaba allí. Lo bueno de Victorinox era que le gustaba contar lo que hacía; y
por ejemplo decía que le gustaba escribir canciones y cantar, pero eso sí: en
inglés. Justo Julio San Martín estaba estudiando inglés en el Centro
Universitario de Idiomas y entonces podían compartir la poesía de Victorinox
escrita en ese idioma. Su ídolo era Bon Jovi y no veía la hora de que viniera a
Buenos Aires para ir a verlo.
Un día después del almuerzo, Victorinox se
descompuso; se sintió mal y empezó a deslizarse en su silla. Julio San Martín
lo ayudó y lo hizo acostar en el piso armando como una colchoneta con las cajas
de archivo. Avisó a “Inhuman Resources” para que llamaran una ambulancia y ese
sector, con la rapidez que siempre lo caracterizó se ocupó del tema. Una hora y
media más tarde vino el médico y lo atendió. Victorinox había tenido alto
stress por las múltiples actividades que realizaba; el médico le indicó que se
fuera a su casa. Julio San Martín lo llevó en su auto.
Se trabajó duro en aquellos años, porque Julio
San Martín y Victorinox se propusieron crear Tax Department que, a su juicio,
la empresa de camiones tanto necesitaba. Lo hicieron con el ímpetu de
Victorinox y la experiencia de Julio San Martín. Lo mejor que lograron ambos,
fue el respeto con el que siempre se trataron. Victorinox siempre dejó que la
respuesta del sector la diera Julio San Martín; también se ocupó de que el
invisible organigrama de la oficina triangular se respetara. Con el correr del
tiempo aquel hilo respetuoso que había tejido Victorinox en su relación de trabajo
con Julio San Martín fue cortado de cuajo por el insensible actuar de otros
personajes.
Una tranquila tarde de septiembre en el año
2008 Julio San Martín fue al baño y empezó a sentirse cada vez peor. Transpiraba
frío y se le aceleraron los latidos del corazón. Se había mareado, tenía ganas
de vomitar y sentía que se caía. Estaba solo; como pudo intentó salir del baño
y llamar a alguien. Justo en ese momento, la señorita Pambell entraba al baño y
lo vio en ese estado. LLamá a Victorinox, le dijo él y cayó. Ella entró al baño
de hombres y lo ayudó. Él estaba tirado debajo de los mingitorios. Llegó
Victorinox, llegó Bagam, Juanva y otra vez pidieron a “Inhuman Resources” la
ambulancia. Vinieron los médicos, hay que hacerle un electrocardiograma,
dijeron. No hay enchufe en el baño, dijo el paramédico. Yo lo enchufo en
Cobranzas dijo uno y llevó un alargador.
Subieron a Julio San Martín a la ambulancia y
lo llevaron al Sacre Cour, lejísimo de Pompeya. Victorinox fue con él en el
viaje. Llegaron al Sacre Cour. Los médicos los dejaron en la guardia y se
fueron. Victorinox tenía los papeles del electro. Vino la médica de la guardia,
a ver, dijo. Este electro está bien, dijo. Y aquí que pasó?!, dijo, se detuvo
el corazón?. No, dijo Victorinox, se desenchufó el aparato.
Para el pensamiento de Julio San Martín, ese
día marcó un antes y un después. Un bajón pronunciado de presión producto del estrés,
había tenido. Aprendió que la respuesta a una inspección de la AFIP puede
esperar; había estado tratando de entender junto a Victorinox la conciliación
entre los ingresos declarados por la empresa de camiones y los depósitos
bancarios. Aprendió que el compañero de trabajo que es realmente compañero
puede asistir a su compañero en el baño, aún si es de otro sexo; y aprendió que
el empuje juvenil de la señorita Pambell y de Victorinox es también amistad.
Julio San Martín
CABA, 27 de julio de 2017