viernes, 7 de diciembre de 2012

Mi cintura (II)


7 D: 11,30 AM: Se habló tanto de este día, se esperó el 7 D con tanta ansiedad por parte de quienes se sentían ganadores de una puja desmedida por silenciar a las opiniones distintas, que nadie reparó en que yo tenía que hacerme el estudio de resonancia magnética. Allí estuve, en la Clínica Bazterriza, en la sala de espera junto a Xavier, no me acuerdo el apellido, el que fuera el novio de Moria Casán. Me llamó un señor muy atento y cordial y me invitó a pasar. Me dijo que me dejara el calzoncillo y las medias y que me pusiera la bata para entrar en el aparato. Ya acostado en la camilla, sentí miedo; ya había hecho este estudio dos o tres veces antes y nunca había tenido miedo; pero esta vez si. Me preguntó si era claustrofóbico y le dije que no. Me dijo que él tenía varios protocolos para hacer este estudio y manejar el tiempo de la manera que menos me complicara; que el estudio dura diez minutos, pero que si no lo aguantaba lo podía hacer en cinco. Poniendo mi valiente pecho ante las balas del miedo le dije que hiciera el estudio de diez minutos. Muy bien, me dijo el técnico, y me mandó para adentro. La primera sensación fue de miedo, no lo voy a negar; sentí que se me aceleraban los latidos del corazón y recordé mis clases de yoga donde me enseñaron a respirar hondo y soltar el aire muy despacio para regularizar el ritmo cardíaco; así lo hice y me fui tranquilizando. Abrí los ojos y estaba en esa cápsula fría con el techo que casi me tocaba la cara; me acordé también de las clases que tomé de meditación donde me decían que debía fijar el pensamiento en alguna foto, color preferido o paisaje y pensar que en ese momento estaba allí. Pensé en el pino de La Matilda, lo traje a mi mente y sentí que el color verde me hacía bien; siempre me gustó el color verde; imaginé el viento que mece la copa del pino y creí escuchar el ruido de árbol, como yo le digo al sonido que forman el viento, las ramas y las hojas cuando se juntan en la altura. Vi la foto de mi madre y hermanos tomando el té de la tarde en La Matilda y mi mente se relajó al ras del verde prado que es el campo de polo. De inmediato tuve la fea sensación de la boca seca; todo eso en medio del ruido de esa máquina que quien sabe cómo hará para detectar algo en mi organismo. Pasaron los diez minutos y escuché que el técnico me decía que ya estaba terminado. Me preguntó como me había sentido y le dije todas mis sensaciones; hágase ver, me dijo, porque puede estar teniendo ataques de pánico. Pensé en mi miedo a estar en la casa cuando estoy solo, se lo conté y me volvió a decir: hágase ver. Me puse la ropa y me fui caminado como pude, a paso muy lento, temblando en cada cruce de calles, a comer en la casa de mi mamá.

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