Si miro al ras del piso, puede ser que aparezcas en segundo plano; pero si elevo mi vista, acompañas a mis ojos en la subida al cielo. Ésa es tu gran virtud, naces en la profundidad de la tierra, ya sea argentina o uruguaya, y caminas rumbo al gris y a veces iluminado firmamento.
La mano del hombre actúa en ciertas fechas y te deja desvestido de ramas y de hojas verdes; queda tu columna vertebral, por donde circula sabia tu vida. Tan sabia es que por más que te dejen apenas unos brazos de los muchos que tuviste, tienes la energía del hombre iluminado sin fin.
Acaso si no bastara con eso, por detrás tuyo te vigilan los boscosos de la distancia; tus amigos y testigos permanentes de tu paso por el universo. Con ramas o sin ramas, con hojas o sin hojas, de frondosa copa o sin ella eres tú el insigne dueño de las llaves de la calles empedradas.
Eres tú, árbol de cualquier cielo y tierra. Y te celebro en tu día.
Fotografía de Colonia del Sacramento, por gentileza del Dr. Julio Doyni.
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