domingo, 26 de agosto de 2012

Tensión en la panadería




Entré leyendo el cartel que estaba en la puerta de blindex: Cierra sola. Busqué la bandeja y la pinza para servirme las facturas, vi que estaban las vacías al costado de los exhibidores, casi detrás del mostrador. Dos empleadas con uniformes disponían su esmerada atención; en frente de ellas estaba el cajero.


Yo no había sacado número, el numerador estaba detrás de la puerta de entrada; estaba colocado de tal manera que no invitaba u obligaba al cliente a tomar uno al entrar. Entraba mucha gente al local. Yo ya tenía la bandeja vacía y la pinza; cuando doy el paso atrás para mirar las facturas y efectuar la importante selección, una mujer pasó por delante mío en busca de la bandeja vacía.

Por un instante, me hizo perder de vista los cuernitos y las tortillas que ya había apuntado para que mi pinza se dirigiera hacia ellos. Cuando empiezo a cargar los sacramentos, la mujer me dice permiso y pasa para el otro lado. Termino la elección de mi media docena y me paro detrás de una chica que formaba parte de una tímida cola paralela al mostrador. Allí veo que una mujer le dice a una de las empleadas que quería masas finas, bombones y “sanguchitos”. Sonamos, pensé; una menos para atender.

Cuando le tocaba el turno a la chica que estaba delante de mío, la empleada llama al número 32 y una veterana con la bandeja de pan de leche en mano, atropella como si fueran los últimos veinte metros del Carlos Pellegrini en Palermo. Yo no saqué número, pero estaba primero que la señora, dice la chica a la empleada, pero la jocketa de la bandeja apoya la misma en el mostrador enfrente a la empleada, haciendo oídos sordos al reclamo.

El cajero, un canoso que estalla en nervios ante mínimos detalles o diálogos, lo sé por otras compras, decide venir al mostrador y ayudar a la empleada que había quedado sola; la otra, con toda la paciencia encima, le explicaba a su exclusiva clienta cuál era la diferencia entre masas finas y mini facturas. El cajero atiende a la chica que había reclamado, la empleada termina con la jocketa y llama al 33; la mujer de atrás mío pica, pero yo le digo: momentito que estoy yo antes. Pero yo tengo el 33, me dice; no me importa, le digo, yo entré antes que vos.

El cajero, ya nervioso, dice que siempre hay problemas con los números, porque la gente no siempre los saca; pero vos lo tenés que colocar bien, le digo; en un lugar visible y con un cartel que obligue al cliente a retirarlo. No me importa que vos no hayas sacado, me dice la mina; si te atiende a vos, me dice, yo qué hago con el número? Tuve ganas de responderle como si estuviere en la cancha de Boca, pero dije, mejor no.

El cajero le agarra la bandeja a la mina y empieza a envolverle los churros. La empleada envuelve mis dos tortillas, dos sacramentos y dos medialunas. Termina primero ella y me da el tique. Voy a la caja, pero el nervioso está envolviendo todavía los churros. Quien cobra acá le digo. El nervioso, ya medio loco, con el flequillo histérico, me dice: yo, señor, pero no puedo hacer las dos cosas. Vos tenés que estar aquí. Y viene furioso con el tique, la plata de la mina en la mano y… le cobra a ella!!

Me cobra a mí y me dice: la gente está muy nerviosa.

Salgo, camino apurado porque ya habría empezado el segundo tiempo de Boca – Unión.

1 comentario:

  1. Si hubiera sacado número cuando se percató que se llamaba por orden, no hubiera enervado ni a las empleadas, ni al cajero ni a todas las personas que allí se juntaron... Eso pasa por transgredir las normas de convivencia tan solo por no saber esperar un ratito.

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