Julio San Martín supo darle al bombo en las guitarreadas de la noche taficeña. Cuando el grupo de amigos tomaba, entre otras cosas, las guitarras para cantar, él agarraba el bombo. Cuando los changos templaban sus guitarras, Julio San Martín ajustaba los tientos del bombo, probaba el sonido del cuero peludo y el aro de madera.
Sabía que la primera canción que entonarían los changos sería una zamba, y practicaba despacio el ritmo que él solo escuchaba para ver si le salía bien. De pronto, uno de los cantores decía: se va la primera y empezaban las guitarras. A la voz de adentro, empezaban el canto de la poesía musicalizada; ahí entra el bombo también y vibraban los vidrios del aparador del comedor. Su hermano le hacía un seña de "metele más despacio" y él hacía caso en el acto.
Así iba acompañando la canción, miraba a los changos del "público"; algunos le hacía un salud con el vaso arriba. Otros hacían algún paso de zamba, no importa si era carpera o no, pero la poesía de la zamba iba mostrando los estados de ánimo con cada nota de las guitarras, las voces y el bombo. Final, aplausos y gritos de otra.
El grupo, sin mediar diálogo con el auditorio, empezaba con los acordes de una chacarera y allí el mundo folklórico de aquella casa explotaba; había gritos cual si fuera la caballería al ataque, había mezcla de sapucai con adaptaciones norteñas. Cuando entraba el bombo, otra vez los gritos y las palmas acompañaban. Que fiesta, qué lindo era eso.
Los changos, las guitarras, el bombo, los vasos, el vino y la alegría, siguen por allá, por mi tierra; yo, el bombisto de otrora, aquí, solo con el recuerdo; pero no tan así, con el recuerdo y retumbo en el pecho.
Julio San Martín, en CABA 16 de abril de 2022
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