viernes, 15 de diciembre de 2023

El caminito - Poesía

 

El caminito

I

A eso de las 9 de la mañana,

ella se iba para el mercado

y él se quedaba tomando el mate cocido

 en la mesa de la cocina.

Se escuchaba la escoba

de Doña Marta al barrer

el patio de su casa.

También el canto de los pájaros

en la planta de nísperos

o de limón del fondo de la casa;

atrás las gallinas cacareaban

y él las miraba por la ventana.

Hacía un ejercicio de vista,

una especie de prolongación

de la mirada desde el ras del gallinero

 y subía lentamente mirando

cómo el cerro azul,

a la distancia,

empezaba a tomar altura

y se elevaba imponente hasta

alcanzar las nubes blancas en el cielo,

como había dicho Yeats. 

II

Espérame en el caminito

a eso de las 10 y media,

le dijo la mamá.

Bueno, dijo el niño.

Ya sobre la hora pactada,

el chico salía de su casa

por el portón del pasillo;

saludaba a Don Carmelo

que estaba apoyado en la verja.

Caminaba por la vereda

de Don Rearte, Yunín, Mario López,

la Lola y la Dora, veía el veredón de Carlitos

y cruzaba en diagonal

hasta la vereda de Don Ruperto.

Seguía por ahí hasta la Rivadavia

y cruzaba la calle,

antes de llegar a la esquina

de la Chacabuco, estaba el caminito,

éste era un pequeño sendero

entre la tela de la casa vecina

y los yuyos altos;

era de tierra seca polvorienta

con límites de pasto a los costados.

La habilidad de caminar

por ese caminito

sin ensuciarse mucho las zapatillas

era ir pisando el pasto de los costados,

se daban pasos abiertos y largos;

el chico tenía esa agilidad

para ganar metros casi a los saltos.

Al final del caminito,

ya en la calle Centenario,

la mamá venía

con una bolsa en cada mano;

ella lo veía y se quedaba

parada esperándolo.

El chico llegaba

con sus pasos gigantes

y le agarraba una bolsa;

esa no, decía ella,

tomá esta que no es pesada.

Vamos por la calle,

decía ella y caminaban por la Centenario

hasta la Balcarce y desde allí hasta la casa.

 

III

 

Dejaban todo en la mesa

de la cocina y la mamá decía:

vaya mijo y compre fideos

en Doña Audelina;

¿de cuáles?, preguntaba él.

Entrefinos, decía ella.

Al mediodía,

el chico ya había preparado

 el portafolios para ir a la escuela,

la mesa estaba servida,

ya estaba Ramón

sentado esperando

y la mamá servía la comida:

era un guiso de fideos entrefinos

con ensalada de lechuga y tomate.

Comían los tres, hablaban,

contaban cosas y se reían.

 

IV

 

Hace pocos días,

mi mamá me invitó

a cenar a su casa

y el menú era el mismo guiso de mi niñez,

con la misma ensalada,

con el mismo color

de la vida de aquel entonces,

con el mismo sabor

del universo maravilloso

del reencuentro de la nostalgia

y la realidad,

con el mismo bienestar de la compañía,

con algunas pequeñas diferencias

de la vida que limita a los hombres

y que hacen que el número de comensales

no sea el mismo,

con igual encanto de emoción y respeto.

Ahora soy el hombre sin mate cocido,

sin gallinero,

sin cerros azules,

sin caminito y sin bolsas del mercado,

pero con el mismo guiso de fideos entrefinos

que hacen las manos de la mamá,

como ningunas otras lo harían.

Eso es la unicidad de la vida,

el determinismo del hoy;

el amor por lo que uno tuvo

y que, sobre todas las cosas, 

siempre tendrá.


Julio San Martín

Cómo se baila el Escondido

 


lunes, 19 de junio de 2023

Los regalos


 

Los regalos

 

El regalo es el medio más directo para demostrar afecto a otra persona; creo firmemente en eso; traigo ese sentir desde mi origen porque he recibido regalos que todavía me acompañan. De aquella época, por cuestiones propias del tiempo, no tengo los aspectos materiales de los regalos, pero si los espíritus de ellos todavía viven en mí.

Mis padres me han regalado la vida; mis hermanos el amor y mis abuelos, mis tías, tíos y primos, cada uno de ellos, me han dado muchas cosas que, aún sin saberlo, me hacen celebrar la vida cada día.  Quiero hacer un homenaje, desde estas líneas a dos regalos que recibí de mi familia.

Mi querida y nunca olvidada tía Luisa, era la primera en llegar a mis cumpleaños; siempre me traía medias o calzoncillos, y depositaba en ellos un afecto tan grande que esas cosas han sido inolvidables. Pero una vez, cambió el regalo y me trajo una taza y un plato celestes. Era tan linda esa taza que si la tuviera hoy sería muy feliz; tenía dibujos en tonos pasteles y yo los miraba y los hacía jugar entre ellos; así, los dibujos del plato jugaban con los de la taza y yo disfrutaba con cada mate cocido que tomaba.

No sé dónde lo había comprado ella, por esas cosas del protocolo, eso no se dice; imagino yo que vendrían del Bazar del Hogar o de la Cooperativa; hoy creo verlos en la vidriera de esos lugares tan caros a mis afectos.  Hoy todas mis tazas y platos que uso para el mate cocido son celestes con tonos pasteles, aunque la realidad me los muestre con otros colores.  Y son eso sí, del Bazar del Hogar en la Avenida, o de la Cooperativa.

El otro regalo que hoy tengo en mi alma es el que me trajo mi tío Ramón, cuando yo ya iba dejando la tierna niñez para ingresar en la querida adolescencia. Mi tío Ramón vino al mediodía de aquel caluroso veinticinco de febrero, con su sombrero y sus botines caminantes del suelo taficeño.  Me dijo, “para vos Jota”, y me entregó un pequeño paquete, lo abrí con el entusiasmo con el que se espera el regalo y era una máquina de afeitar.

Qué lindo regalo me hizo Ramón; ese presente me invitó a crecer, a mirar adelante, mirarme en el espejo y a pasar mi máquina de afeitar por mi cara. Hoy en día utilizo una máquina parecida, con un solo filo; no quiero aquellas peligrosas de varios filos; sigo con la primera que recibí; siento en cada mañana que sobre mi cara se desliza el regalo de mi tío Ramón; y así él está conmigo.

 

 

Julio San Martín, 19 de junio de 2023, en Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

martes, 21 de febrero de 2023

Oda al Usamico



Oda al Usamico

Los que somos del Jardín,

Compartimos este juguete sin fin.

Juego verde de hojas y racimos

Entre tallos y uvas, Usamico, somos amigos.

 

Cuando uno se sienta en el patio

Mirando los yuyos crecidos,

Por alguna ramita de la parra

Llegan largas las patas del amigo.

 

Si uno le pone el dedo

Como prolongando la hoja verde,

Se viene caminando por la manga

Y adentro de la camisa se pierde.

 

Ahí empieza a buscar el corazón

Hasta que se para sobre él.

Una cosquillita raspa la piel

Bajo ese amiguito dulce de miel.

 

Mi corazón con su suave peso

Mira, late, orgulloso e inquieto.

Usamico, color del mate cocido

Soy uno de los que más te han querido.

 

Julio San Martín

Tafí Viejo, 24 de octubre de 1996.


 

domingo, 19 de febrero de 2023

Tafi Bar


Mi blog se llama "La Avenida". Esta foto que tomé prestada de un gran fotógrafo taficeño que se llama Gustavo Lobo, que quiere mucho a su lugar y toma estas fotografías para mostrarlas con orgullo entre sus amigos, o a quienes, como yo, estamos lejos de nuestro pago, muestra uno de los puntos más lindos y recordados de la avenida de Tafí.

 Aquí la estoy mirando como si viniera de la calle Sargento Cabral.