En uno de los viajes que mi papá
me llevó desde Tafí Viejo hasta Salta; y desde allí a Embarcación, conocí el
“coche especial” que él tenía para trabajar. Era un vagón donde viajaba él solo
y tenía una oficina, un dormitorio, baño y cocina. El viaje era en un tren
carguero y el vagón iba enganchado al final de la formación. Allí viajamos
juntos, en una maravillosa experiencia de mi niñez y adolescencia.
El tren se detenía en cada
estación, mi papá tenía que controlar si allí había combustible suficiente de
acuerdo a unas planillas que llevaba y que solo él entendía. El viaje parecía
que no tenía final, porque en cada estación se quedaba un largo rato. Luego
seguía en la búsqueda de una nueva parada y en el viaje él me iba diciendo para
qué servía cada señal que aparecía al “costado de los rieles”, como dijera
Héctor Tizón.
Una vez, creo que era en la
estación Pichanal nos quedamos a pasar la noche. El coche de mi papá se
desenganchó de la formación y nos quedaríamos allí hasta que un nuevo carguero
nos volviera a enganchar y seguiríamos. Recuerdo que esa noche mi papá preparó
una cena estupenda y luego salimos a caminar por el centro de la ciudad a
conocer. Allí vimos un cine y él dijo que pasaban una película muy buena y que
íbamos a entrar a verla.
No recuerdo hoy después de tantos
años cuál era la película, pero sí que era un western clásico de aquella época
con los cowboys buenos y malos que luchaban entre sí. El malo de la historia
era uno que le decían El Legendario, sólo eso recuerdo del film. Pero lo vimos
con gran entusiasmo y fue mi primera vez en el cine lejos del Metro y del
Alberdi de Tafí Viejo.
Cuando empezamos a andar en el
nuevo tren, nos sentamos con mi papá junto a la puerta de la oficina de su
vagón, uno de cada lado, y mirábamos cómo las vías iban quedando atrás con el
andar del tren. La marcha era a la velocidad prudente de los cargueros pero
nuestra emoción de estar juntos y mirar cómo el camino quedaba atrás, era muy
alta y para recordar la noche anterior, con la película que habíamos visto, los
dos gritábamos “Legendarioooooo” como lo hacían los protagonistas de la
película.
Así nos divertíamos en esa vida
de viajes, de metros que avanzaba el tren y de kilómetros que juntos
compartíamos. Hoy me acordé de esos días de los trenes, de Pichanal, la
película y de mi papá.
Será porque hoy es el Día del
Padre tal vez. Si es por eso, miro atrás las vías de mi vida que van
quedándose, veo la estación donde mi papá se ha quedado y yo sigo. Viajo en el
tren de la vida de cargas que todos tenemos, pero con el combustible (el mismo
que mi papá controlaba) que él me ha dado, para ir directo a una nueva estación
de este viaje, que es la vida. La estación de los gratos recuerdos y de las
emociones.
¡Altísimo Señor, que lleguemos
pronto a ella!
Julio San Martín, en CABA, 15 de
junio de 2025

