martes, 1 de octubre de 2013

30 de septiembre - N° 11679



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     "11679”, dijo mi mamá.
-          “a ver, a ver…”, dijo la empleada del policlínico buscando la ficha.
-          “Aquí está, siéntense y esperen, que ya los va a llamar el doctor”

Nos sentamos en la sala de espera; había dos hileras de sillas ubicadas contra la pared, una enfrente de la otra. El medio de las hileras era el pasillo por donde la gente iba y venía. Yo estaba sentado a la par de ella. Hacíamos silencio como lo indicaba el cartel de la enfermera con el gesto: “shhhhh”.
Habíamos llegado al policlínico después de caminar desde la estación Colegio Nacional, habíamos cruzado la avenida ancha con una platabanda y palmeras; era más ancha y alta (me parecía a mi) que la de Tafí. Habíamos viajado en el tren desde nuestra ciudad.
“El doctor te va a decir que tenés que comer más”, me decía ella. Yo pensaba cómo sabía ella lo que me iba a decir el doctor. Ojalá que no me diga eso, pensaba yo. ¿Cómo sabe usted lo que me va a decir el médico?; porque vos no comés nada, me dijo.
Yo me estiraba en la silla y ponía las manos atrás de la cabeza y juntaba los pies. Me deslizaba por la silla hasta que llegaba al borde y me ponía derecho. Esos eran solitarios juegos para hacer pasar el tiempo. El día estaba lindo, se veía que el sol iluminaba el final del pasillo; era invierno, fresco y ventoso.
El médico me llamó y entramos. Él leía la historia clínica y yo trataba de leer algo de lo que decía; era una hoja amarilla con muchas anotaciones, con el borde gastado, arrugado y roto en algunas esquinas; las anotaciones eran de letras muy difíciles de entender; yo miraba y quería leer una frase; pero eran fechas y anotaciones ininteligibles. Desde mi silla al borde el escritorio del doctor, yo deslizaba la mirada por toda la ficha desde el comienzo hasta el final pero no entendía. Solo se veía al comienzo, casi como un título con números y letras grandes: “11679 – Julio Jordán Benjamín Lezcano”
 Mi historia clínica en el Policlínico Ferroviario era ésa. Ahí estaba la historia de mi vida, en términos médicos; mi mamá era la cuidadora de mi salud; así como los barcos pequeños se aseguran cuando se recela el temporal, así era ella mi guardiana en el Policlínico. No sé cuántos años han pasado desde entonces, o tal vez si lo sé; pero el número de años que han transcurrido desde aquellas consultas, esperas y tratamientos, no son nada a la par del símbolo numérico que ha quedado grabado en mi para siempre: el 11679. 
Aristóteles afirmaba que no se piensa sin imágenes, y hoy en día, desde mi corazón, cualquier pensamiento mío hacia mi madre tiene esa imagen; ese símbolo de mi vida que perdura eternamente en días en cualquier pasillo que me encuentre esperando y esperando con mis manos detrás de mi cabeza, con mi madre al lado.


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