Fue en
Lota, hace muchos años. Diez mil mineros habían acudido al mitin. La zona del
carbón, siempre agitada en su secular pobreza, había llenado de mineros la plaza
de Lota. Los oradores políticos hablaron largamente. Flotaba en el aire
caliente del mediodía un olor a carbón y a sal marina. Muy cercano estaba el
océano, bajo cuyas aguas se extienden por más de diez kilómetros los túneles
sombríos en que aquellos hombres cavaban el carbón.
Ahora escuchaban
a pleno sol. La tribuna era muy alta y desde ella divisaba yo aquel mar de
sombreros negros y cascos de mineros. Me tocó hablar el último. Cuando se
anunció mi nombre, y mi poema “Nuevo canto de amor a Stalingrado”, pasó algo
insólito, una ceremonia que nunca podré olvidar.
La inmensa
muchedumbre, justo al escuchar y el título del poema, se descubrió
silenciosamente. Se descubrió porque después de aquel lenguaje categórico y
político, iba a hablar mi poesía. Yo vi, desde la elevada tribuna, aquel
inmenso movimiento de sombreros: diez mil manos que bajaban al unísono, en una
marejada indescriptible, en un golpe de mar silencioso, en una negra espuma de
callada reverencia.
Entonces mi
poema creció y cobró como nunca su acento de guerra y de liberación.
Pablo
Neruda – Confieso que he vivido (ED. Seix Barral) – Capítulo 11, “La poesía es
un oficio”, página 313.
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