lunes, 12 de marzo de 2012

El Profesor Oreste y Víctor Hugo Pérez

El aula era angosta, había dos filas de bancas a cada costado. Era la hora de Educación Democrática, estábamos todos sentados mirando el pizarrón. En el horario exacto entraba a dar su clase el Profesor Oreste. Vestía impecable traje azul con camisa celeste y corbata azul y vivos de colores al tono. Hacía su ingreso saludando amablemente a lo que todos respondíamos respetuosamente. Llevaba en su mano derecha la libreta de forro verde y en la izquierda una carpeta y un libro.

No volaba una mosca, todos lo mirábamos; él dejaba la carpeta y el libro en el pequeño escritorio y nos miraba. ¿Han estudiado para hoy?, nos preguntaba. Nadie respondía; parece que sí, decía, mientras abría la libreta y leía. El silencio era como el de las alturas de la puna jujeña; nuestros pensamientos era como el zumbido del viento de aquel lugar. Cada uno elevaba, en ese silencio, su propia plegaria a cada uno de los dioses de cualquier religión o mitología rogando no ser llamado.

Luego de unos eternos segundos de intercambio de nada de palabras o ruidos, el Profesor Oreste preguntaba: ¿ Alguien quiere pasar?; sin responder, todos mirábamos a Mario Cesca, nuestro hombre de ciencias en el curso, el hombre del conocimiento y de la aplicación salvadora del que todos esperábamos su respuesta afirmativa para vivir un rato más. Mario pedía pasar; y el alivio bajaba desde el cerro como si hubiéramos recibido el mejor resultado del más temeroso análisis del mundo. Pero el Profesor Oreste le decía que no, que él ya tenía nota.

La semana anterior habíamos tenido prueba de Educación Democrática y el Profesor Oreste aún no había dado las notas. Todos la esperábamos ese día, pero el profesor no la daba. Él seguía mirando la libreta, después de que le había negado pasar a Cesca; las moscas seguían sin volar, el silencio era frío. Hasta que el profesor se sacó los anteojos y preguntó: ¿alguien quiere pasar? Nadie respondió.
El profesor volvió a mirar la libreta para decidir quién pasaría y el amigo y gran compañero, sentado atrás a la izquierda, Víctor Hugo Pérez, quebró el silencio y la espera. Profesor, dijo,¿ le puedo hacer una pregunta? El Profesor Oreste, sin sacarse los anteojos, le dijo, si, por supuesto. Pérez dijo: ¿cuándo nos va a dar las notas?

El profesor respondió al instante, todavía no están. Pérez, no conforme con eso y acentuando aún más su ansiedad, la cual ya se había trasladado a todos nosotros como el agua de lluvia que se desliza por entre las ramas de una parra, le preguntó: ¿ y para cuándo van a estar? El Profesor Oreste se sacó los anteojos, observó a todo el curso, miró a Pérez y le preguntó: ¿ y usted por qué tiene tanto interés en las notas?
Pa’ que se vamo sobando, dijo el compañero y amigo Pérez.

2 comentarios:

  1. jajajaja.......clases en el tranvía.Hoy por hoy son anécdotas graciosas. Pero el momento afortunadamente irrepetible,eh Julio?.

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  2. Gracias, Pérez por su comment; usted forma parte del relato y ahora aporta su opinión sobre el recuerdo. Es muy grato para mi este momento, como ha sido escribirlo. Es así, aquel momento no volverá a repetirse, pero la emoción en nuestros corazones estará en cada lectura. Un abrazo.

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