lunes, 19 de marzo de 2012

Los oficios del niño - El ayudante del horneador

Lo maravilloso de la infancia es que cualquier cosa en ella es maravillosa. 
Gilbert Keith Chesterton.



Cerca del mediodía, bajo el sol del fondo, en Tafí Viejo, Tucumán, Julio San Martín y su papá estaban junto al horno de barro. Ardía la leña adentro, las llamas era vivas lenguas de fuego que subían hasta el techo del horno y bajaban todas juntas siguiendo un ritmo frenético de alguna danza del infierno.

El papá con un palo largo le daba golpes a los troncos que se rompían y formaban nuevos fuegos por el piso del horno. Él agarraba unas chapas redondas y quemadas que estaban en el suelo y cerraba las bocas del horno. Julio San Martín miraba el horno cerrado e imaginaba el fuego de adentro, lo veía contento porque estaba siendo preparado por Don Benito, a quien le gustaba mucho esa tarea y soportaba el sol del fondo y el fuego de adentro por el hecho de hacer lo que le gustaba.

Enseguidita lo vamo a barrer, dijo el papá. Va a tener que ir a buscar los yuyos, m' hijo, agregó. Julio San Martín salía corriendo por el pasillo a la calle, iba por la vereda de la Balcarce, por la casa de Perfecto Carmena, cruzaba la Reconquista y empezaba a cortar afatas. Las agarraba de la parte inferior del tallo y lo quebraba, tiraba el tallo hacia él y tenía la afata en la mano; también buscaba hediondillas; esas eran más fáciles de cortar.

Juntaba un buen poco de esas plantas de hojas verdes; cortaba también algunas corotas i' gallo y volvía a la casa. Aquí están los yuyos papá, decía Julio San Martín. Don Benito estaba al lado del horno con Don Carmelo, nuestro vecino, sirviéndose un vermut. Deme los yuyos m' hijo, decía Don Benito, yo le voy a hacer la escobita. Agarraba el palo largo que usábamos para romper los troncos encendidos, ponía las afatas y las hediondillas en la punta del palo y los ataba con alambre.



Lista la escoba, m' hijo, decía Don Benito; con unos trapos agarraba las tapas calientes del horno y lo abría; las brasas casi habían desaparecido; las paredes y el techo del horno estaban blancos por el calor. Barra, m' hijo decía el papá. Julio San Martín metía la escoba adentro y empezaba a correr las brasas hasta sacarlas por la puerta del costado. El fuego vivaz de hacía unos minutos caía al piso al costado del horno. El horno estaba listo para poner las empanadas. Don Benito ingresaba las latas con las empanadas y en siete minutos estaban listas para nuestro deleite.

Ahí terminaba el trabajo de los "prendedores, calentadores y barredores del horno de la casa". El fuego y sus llamas, los troncos y sus brasas, los yuyos y la escoba, el fuego en el piso y la voz del papá: ¿Dónde están ahora? Tengo mi respuesta: en mi alma, en cada empanada tucumana y en mi corazón, que adentro tiene una escoba de yuyos verdes que barre su fuego.


Julio San Martín, 19 de marzo de 2012, en CABA.


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