jueves, 1 de noviembre de 2012

Las costillitas de enfrente


Esta ciudad de Buenos Aires es una caja de sorpresas desde cualquier lugar que se la mire. En mi caso, en mi habitual camino de recorrer bares, bodegones, restaurantes y afines, encuentro extrañezas por doquier.
Esta vez me voy a referir a la avenida Boedo, esa que une el Alto Palermo Shopping con Pompeya. En dicha avenida, a la altura de la calle Inclán, tenemos el restaurant “La Tacita”. Se lo encuentra a la mano derecha, antes de cruzar Inclán, si uno va hacia Pompeya, o sea en el sentido del tránsito; esta es una avenida que va quedando en la ciudad con un solo sentido de circulación. Siguiendo con la ubicación geográfica, si uno cruza la calle Inclán, se encuentra con “La Tacita” Pizzería, Bar.

Allí llegué yo, un día con más lluvia que otros días, como dijera Neruda, en esta primavera húmeda y azarosa que abraza la ciudad. Como me había bajado del colectivo 160 en Colombres e Inclán, caminé por la vereda de La Tacita Bar. Entré ahí dispuesto a almorzar. El solícito mozo me alcanzó la carta y elegí costillitas de cerdo con puré de calabaza.

El mozo del salón fue hasta la barra donde está el mozo de mostrador y le comunicó mi pedido. El mozo de mostrador, tomó el teléfono, marcó y dijo:
-          Hola, mándame unas costillitas de cerdo con puré de calabazas.

En ese momento, el mozo de salón me servía la Coca Light y colocaba en la mesa un elegante mantel individual de papel. Llegó un hombre a la mesa de al lado; ya acomodado, hizo su pedido. El mismo proceso entre los mozos y el pedido telefónico que sale:
-          Hola, mándame un asado de tira a punto con fritas.

Allí uno entra en la faz de espera. Esa faz lo lleva al pensamiento, a la reflexión y a la intriga; por ejemplo, ¿cuánto tardarán en venir las costillitas?, ¿estarán buenas?, ¿serán grandes?, ¿estará caliente el puré? Si lo mira con el costado positivo, todas estas preguntas tendrán respuesta afirmativa. Entonces se relaja, espera y piensa. Qué golazo hizo Walter.

Uno opta por mirar el ventanal y ve caer la lluvia sin parar. Mira los árboles de Boedo, añosos como la avenida y como ese barrio; ve el verde de las hojas que reflejan las gotas que parecen usarlas como un tobogán. Mira relajado y espera.
De pronto, ve que desde La Tacita restaurant, en la vereda de enfrente, en medio de la lluvia, sale un mozo que viste pantalón negro, camisa blanca mangas cortas y moñito rojo. Empieza a cruzar la calle el mozo y se dirige a La Tacita donde estoy yo.  La bandeja que trae está bien tapada con un plástico blanco que hace rebotar las gotas de agua que no dejan de caer. Lo veo al mozo y está, con sigilosos pasos, en medio de la calle Inclán.



Llega a nuestra vereda, porque cuando uno espera, se adueña del espacio que lo rodea.  El mozo viajero apura su paso y entra a nuestra Tacita. Con paso de lluvia y movimientos propios de quien ha caminado en el caer de las gotas, apoya la bandeja pertrechada en la barra del mozo del mostrador.  Ya se ha acercado allí el mozo del salón y entre los tres desarman el envoltorio, con mucho cuidado. Las bolsas que cubren la bandeja son bolsas del supermercado Vea, que se han unido para formar una especie de “carpa” de la bandeja.

 
Advierto que son mis costillitas las que han arribado. Vinieron de enfrente, así como Borges tituló su obra “Luna de enfrente” estas serían “Las costillitas de enfrente”. Llegan a mi mesa, están buenísimas, bien asadas; veo que en La Tacita restaurant hay un cartel que dice “parrilla al carbón”; el puré está bien caliente. Llegó todo bien y empiezo a comer.  Cuando estoy casi al final del plato, veo inquieto a mi vecino; le habla al mozo y éste le hace una seña al otro, al del mostrador. Éste agarra el teléfono y dice:

-          ¡¿Qué pasa con el asado y las papas fritas?!
Veo de nuevo al mozo salir de enfrente con el paso más de enojo que de apuro. Entra con la bandeja envuelta y el mozo le dice para qué mesa es. Se dirige a la mesa de mi vecino, apoya la bandeja envuelta en su mesa y la abre; está el asado humeante.

-          Que bueno, le dice mi vecino. Pero tardó mucho.

-          Y qué quiere, dice el mozo del restaurant de enfrente; también con esta lluvia…
Así es Buenos Aires, de esta forma se mueve uno en ella, de sorpresa en sorpresa. De encuentro en encuentro, siempre hay una entrada y una salida. Esta vez, para mí, la entrada ha sido a La Tacita Pizzería; y la salida, desde La Tacita Restaurant, al frente de donde yo hice el pedido.

Al irme dejé dos propinas, para los mozos de una y otra vereda de la calle Inclán. 


 

 

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