miércoles, 1 de febrero de 2012

Hola, febrero de mi corazón

Febrero está comenzando. Es uno de mis dos meses del año; el otro es julio. Febrero es el mes en que cumplo años; será el veinticinco mi cumpleaños número cincuenta y cinco. El segundo del año es el mes de la felicidad de haber nacido; de haber visto este mundo lleno de cosas bellas; como los helechos del Nogalar, el cerro azul de Tafí, la calle Balcarce, la Avenida y el mundo que ella tiene para mi.

Cada febrero vuelve a renacer, dice Peteco. El se refiere al carnaval; yo hago mía esa sentencia y la tomo como mi propio renacimiento. Despierto en este día y soy miembro de la vida de un nuevo mes. Así tuve un despertar hace diecisiete años y me encontré con mis treinta y ocho años. Le conté a mi hijo, que era un niño, los años que yo cumplía y me preguntó: ¿el tres y el ocho?. De su pregunta hice un título y de ese título salió este escrito, que hoy quiero revivir.

El tres y el ocho

En cierto tiempo, le preguntaron a Séneca: "cuándo la vida es corta y cuándo la vida es larga", a lo que el preceptor de Nerón respondió: "depende del contenido del tiempo".

Una vez que el teatro de mi mente terminó la función abandonando el sueño al despuntar este día, abro mis ojos y veo a dos señores que comparten la vigilia parados frente a mí. Uno es el tres y el otro es el ocho.

Un año los estuve esperando para que formaran ese par; el tres ya vino a acompañarme ocho veces, pero el ocho lo hace por primera vez. El tres es mi amigo. Lo conozco bien, me ha dado mucho, me ha pedido más y le estoy entregando a cuenta un decenio de mi vida. Empecé una nueva etapa con el número sagrado.

Me ayuda a avanzar por este río hijo de algún dios fluvial que me lleva hacia el mar del infinito. Elegí un brazo caudaloso y lo sigo, pienso que es como la nave Argos que va en busca del vellocino de oro; ahora sube a la gran barca de cedro mi nuevo compañero y héroe, el octavo símbolo de este universo que es mi ser.

Bienvenido número de Pitágoras, eres el principio de todas las cosas que vendrán. Un nuevo integrante de mi vida que es finito, por eso lo quiero; para disfrutarlo, como dije siguiendo a Whitman, a los treinta y siete años empecé con la salud intacta y pienso no parar hasta el fin. Siento que el ocho envolverá mi ser con sus dos redondeles, uno me dará la paz de la ciudad de Kioto y el otro brindará para mí el amor azul que soñara Darío.

Hablaré en voz baja, caminaré con pasos de Tucumán, absorberé el verde de algunos ojos, recibiré el rocío junto a los lapachos, guiaré el alma de mi niño, veré sus raíces en mi tierra, buscaré un lugar para las ansiedades y dolores y seguiré soñando antes de que la luna aparezca en mi cielo.



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