sábado, 7 de junio de 2014

Bahía Blanca



El principal recuerdo que tengo de cuando estuve en la ciudad de Bahía Blanca es que allí siempre se escucha el tango “Bahía Blanca” en cualquier lugar donde uno se encuentre. Cuando yo caminaba por las agitadas calles del centro, me seguía la melodía de Carlos Di Sarli y le ponía sonido a mi andar solitario.
Es así como ocurre en las películas, donde una imagen está acompañada de música; yo siempre imaginé que mi vida iba a estar rodeada de notas musicales “acompañantes”; no porque yo fuera a ser músico, nada de eso, sino porque el cine me mostró que la presencia de los hombres, mujeres, paisajes, calles, soles, nubes y aires de cualquier espacio, hace que el momento sea más placentero o, si uno lo quiere, más temático para convivir con algo.
Hoy se ve en las calles a la gente siempre conectada a un teléfono o a un I Pad o a un I Phone o a una Tablet porque necesitan que la música los acompañe. Yo no necesito nada de eso, con mi propia imaginación hago el tránsito diario con los sonidos del silencio acompañándome.
Pero en Bahía Blanca, la música de ese maravilloso tango se escucha por todos lados; recuerdo que fui a la AFIP, en aquella época DGI, y mientras esperaba para inscribir a una SRL escuché el tango; una vez entré en un bar a despuntar el vicio del café y la nostalgia  y el tango también estaba, hasta me pareció ver a Esteban Moreno y Claudia Codega bailando.
Así pasé varios días de trabajo allí, nunca solo. Me acostumbré a que el tango me siga; pero tuve una pequeña desilusión, fui a cenar en el puerto de Ingeniero White, pero la música no estuvo. Claro, había salido de Bahía Blanca.
Cuando terminé mi trabajo, desde allí tuve que viajar a Mar del Plata en micro. Mientras esperaba en la terminal, los acordes musicales del baile de salón de Di Sarli estaban conmigo, yo lo disfrutaba mucho, igual que lo hago hoy en día. Ya en el micro, siempre la compañía estaba; pero cuando empezó a recorrer el camino de salida de la ciudad, el volumen se hizo cada vez más bajo y empecé a dejar de oír lo que me había acompañado tantos días; que pena me dio, el tango se quedaba en su ciudad y yo me iba. Hasta que no escuché más.
Ya en Buenos Aires, hace poco quise recordar todo esto y me fui a Villa Devoto, a un bar en la esquina de Francisco Beiró y  Bahía Blanca. Pero ninguna armonía me esperaba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario